miércoles, 28 de octubre de 2009

La ducha de Bolívar

Esta es la exquista ducha de Simón Bolívar, el Libertador de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, en su Quinta de Bogotá, en la ladera del monte Monserrate. Al parecer, Bolívar además de ser un tipo viajado (algo que sabíamos de sobra), era un tipo bastante sofisticado. Le gustaban las duchas. Le gustaban ya en el primer cuarto del siglo XIX. Por ello, mandó construir una en su estancia de Bogotá, a la que acompañó con unos tiernos y coquetos dibujos de jarrones con flores. Parece ser que la tuberculosis que acabó con la vida de Bolívar, se fraguó en sus "demasiado habituales" baños con aguas de Monserrate. De acuerdo al joven historiador bogotano que me acompañó en la visita (a mí y a una veintena de adolescentes bogotanos), en esa época la gente se solía bañar "cada dos o tres semanas, como mucho". La pasión bañista del Libertador pudo acelerar su desgraciado deceso.

Traigo esto a colación de las siempre estimulantes palabras del actual presidente venezolano, quien en un arranque de ingenio higiénico-matemático ha explicado:
"Hay gente que se pone a cantar en el baño media hora. Yo lo he contado, tres minutos y es más que suficiente, no quedo hediondo. Un minuto para mojarse, otro para enjabonarse y el tercero para enjuagarse. Lo demás es un desperdicio".

Me asombra la perfecta redondez de sus cifras, que gira una vez más en torno al ocioso concepto de la santísima trinidad, y su elemental concreción episódica. Me pregunto qué opinaría el aseado Simón Bolívar ante estas declaraciones. Y más cuando quien las hace, las pronuncia poco antes de anunciar que hasta el próximo mes de mayo de 2010, los habitantes de Caracas tendrán que lidiar con un racionamiento del suministro de agua de hasta dos días de duración por semana.

"Hay días que uno se levanta con ganas de darse un baño", sería una buena frase de comienzo de novela revolucionaria. La propongo, la ofrezco, la entrego sin pizca de egoísmo. Hagan con ella lo que les plazca.

lunes, 26 de octubre de 2009

Bogotado

De la semana bogotana me quedo con una cazuela de frijoles: exquisita en su contundencia andina. Volví, días después, al mismo restaurante de La Candelaria, y dije: "quiero otra cazuela de frijoles, por favor". De nuevo, el cuenco repleto de frijoles y banano y cilantro y arroz y algo de carne de res. En vez de sonreír con la boca, lo hice con el estómago, que es una una manera mucho más inteligente de sonreír. Afuera llovía.

En Bogotá llueve como sangran los heridos de bala: a borbotones. Las callejuelas inclinadas del casco histórico recuerdan los libros de historia colonial que ahora me da por leer en los aeropuertos. Bogotá está toda repleta de militares y estudiantes. Todos igual de jóvenes, dramáticamente jóvenes. Y los taxis cuentan con un taxímetro, que es la diferencia fundamental (digan lo que digan los historiadores y analistas políticos) entre ambas naciones hermanas. Mañana os hablo de la ducha de Bolívar, de Simón, me refiero, que tiene su vaina...

domingo, 18 de octubre de 2009

Con el uso las cosas se ensanchan

Mis zapatillas de fútbol. Las del año pasado y las de este año. Curioso contemplar cómo las del año pasado son más grandes que las de éste. Unas son brasileñas, las otras coreanas. Con el uso las cosas se ensanchan. O lo que es lo mismo, el paso del tiempo dilata.

(Me voy a comer una arepa y, luego, una semana a Bogotá).

lunes, 12 de octubre de 2009

¡Tin-tlín!

...Y habrá días de vino y rosas y amaneceres deslumbrantes y canciones maravillosas, pero eso no le interesó contarlo a Mateo y menos aún, a quien escribió citas bíblicas en varias de las curvas de la carretera Patanemo-Puerto Cabello, a tres horas al oeste de Caracas. Allí, por lo visto, a los chavistas le ganaron la partida los evangelistas: por todos lados, se lee el clásico "Cristo viene ya"que da más miedo que alivio, por la ansiedad que muestra. Mientras tanto, déjalo estar, parece leerse entre líneas, cuando llegue ya se encargará ÉL.

En Patanemo hacía tanto calor que incluso los mosquitos se daban por vencidos, y se les podía ver disfrutando de los ventiladores junto al resto de los mortales, sin ganas de batallar. Cuando llueve en Patanemo, todo se encharca: las carreteras a las que faltan un par de capas de asfalto para recibir tal nombre y las casas sin ningún sistema de drenaje. Al ir a pagar una ronda de cervezas en el hotel, el camarero, un negro orondo de cabeza del mismo tamaño que su barriga y una permanente sonrisa de buda recién comido, le pregunté si podía pagarle al final, cuando nos regresásemos a la habitación.

- No, papá. ¡Aquí todo es tin-tlín!- me espeta entre carcajadas.
- ¿Y cómo te hago yo tin-tlín con un billete, mipana? - le pregunto mientras trato de imitar el sonido metálico de las monedas con un billete de 50 bolívares fuertes al contactar con el mostrador.
- ¡En la mano siempre suena tin-tlín! - me responde triunfante, a la vez que extiende la suya.

A ver si a Cristo, de la que llega, le explican lo del "tin-tlín". Para que no se llame a engaños, digo.

domingo, 4 de octubre de 2009

La dificultad de dar la vuelta al mundo

No es fácil dar la vuelta sobre uno mismo. Tampoco es fácil dar la vuelta al mundo, sobre todo si eres el primero y nadie te explica por dónde se va.

Eso consiguió el portugués Magallanes en 1522, con financiación de la corona española, porque su rey, (a quien fue a ver en primer lugar, todo hay que decirlo), le escuchó como quien oye llover. Bueno, tampoco lo consiguió, porque murió a manos de unos "salvajes" en lo que hoy son las islas Filipinas. Magallanes salió en septiembre de 1519 rumbo a las islas Canarias, y desde allá bordeó la costa occidental de África, cruzó el Atlántico, tocó Brasil, buscó el paso hacia el otro océano en Argentina, y siguió bajando, bajando hasta que alcanzó el estrecho que lleva su nombre y donde perdieron la vida y razón la mayoría de sus hombres. (Tampoco él andaba muy bien de la cabeza, pero, ¿qué aventurero sobresale por sentido común y cordura?). Subió luego por el Pacífico de isla en isla, de archipiélago y archipiélago, de paraíso en paraíso. O eso creían.

Quedaron pocos: Juan Sebastián Elcano, español que traicionó a Magallanes y que al final se llevó las mieles del triunfo, como todos los buenos traidores, al alcanzar el Guadalquivir de vuelta en septiembre de 1522; y el cronista italiano Pigafetta, quien formaba parte de la expedición y que contó la historia que sirvió posteriormente a Stefan Zweig para escribir la fascinante biografía "Magallanes". Todo es bueno en el libro, pero destaca el momento en el que Pigafetta, a punto de tocar Europa tiene que desembarcar de incógnito en Cabo Verde, para conseguir las provisiones necesarias para que la tripulación no muera de hambre. Y esto es lo que ocurre, tres años después de la partida:

Corto y arriesgado había sido el alto hecho en Cabo Verde, pero a él debía Pigaffetta, el apto cronista, en los últimos momentos de su estancia, uno de los prodigios por amor a los cuales emprendió la expedición: era el primero en observar allí uno de los fenómenos que por su novedad y signficación le absorbería durante nucho tiempo. Los hombres que habían ido a la playa para comprar víveres regresaban, asombrados con la noticia de que en Cabo Verde era jueves, mientras a bordo les aseguraban que era miércoles.

Tampoco Pigafetta salía de su asombro, porque precisamente durante aquel viaje de casi tres años había llevado su dietario con exactitud. Sin interrupción había ido contando: lunes, martes, miércoles, etcétera., semana tras semana, año tras año. ¿Habría pasado por alto un día? Preguntó a Francisco Albo, el piloto, que registraba también todos los días la fecha en su libro de a bordo, y ¡tenía asimismo aquel día registrado como miércoles! En su vuelta al mundo, siempre con rumbo al oeste, se les habría escapado un día, por razones inexplicables, a los navegantes, y cuando Pigafetta comunicó el singular fenómeno, el mundo ilustrado se admiró. Se habría descifrado un secreto que ni los sabios de Grecia, ni Ptolomeo, ni Aristóteles, pudieron concebir, y que el impulso de Magallanes estaba destinado a revelar: que la esfera del mundo no permanece fija en medio del universo, sino que se mueve con ritmo singular sobre su propio eje, y que quien la sigue en su giro navegando hacia occidente puede arrebatar tiempo a la eternidad.