lunes, 30 de noviembre de 2009

Un muerto

Todas las semanas hay decenas. El pasado fin de semana fueron 52. El récord, a mediados de octubre, 62. Dos detalles: boca abierta y el dramático tinte de la camisa.

martes, 24 de noviembre de 2009

La economía es una cosa muy bonita

Que la economía es una cosa muy bonita, lo sabemos todos, especialmente los banqueros. Quienes acaban de ver que cuando las cosas les van mal, y las cuentas no cuadran porque de noche se les fue la mano, pueden pedirle dinero al gobierno o sus clientes, que somos todos, y se lo damos. Se lo damos, además, por nuestro bien, no por el suyo, claro. Ciertamente, se me ocurren pocas cosas más bonitas.

En Venezuela, cuna de una revolución que se mece a ritmo de salsa, es más bonita aún. Acabo de regresar del Banco Provincial, donde tengo mi cuenta en bolívares. Bolívares fuertes, se entiende. Resulta que están obras, y la sucursal parecen unos estudios de cine de los años cincuenta en Cinecittà. Todo está repleto de gente que va y viene y va y vuelve a venir y vuelve a ir. Cajeros, secretarias, señoras de la limpieza, los tipos de seguridad, clientes, gente que acompaña a clientes, mensajeros con cascos de moto, gerentes, bedeles, abuelos que van cobrar la pensión, estudiantes, ladrones, albañiles, aparejadores, electricistas, decoradores.

Hay varias colas, el deporte nacional venezolano: 1) para la tercera edad y embarazadas; 2) para los titulares de cuenta; y 3) para los no titulares. Todas las colas se entremezclan, serpentenando y enredándose entre sí, como cuando uno guarda en un cajón varios cables y, al cabo de un tiempo, aparecen todos formando un ovillo indescifrable, como un logaritmo neperiano o algo similar.

Pues bien, a la entrada el bedel informa a la clientela que la línea no funciona, por lo que la sucursal está "momentáneamente inoperativa". Como todos sabemos de qué va la vaina, hacemos caso omiso. Y, tras media docena de preguntas, logramos dar con nuestra cola correspondiente. La cola de no titulares JAMÁS atenderá a una embarazada, y la de la tercera edad NUNCA trabajará con un no titular. A los quince minutos, vuelve la línea. Algo que más una cuestión tecnológica es cuestión de fe. Pero aquí en Venezuela tenemos mucha más fe que tecnología, incluso fe en la tecnología. Llega mi turno. La cajera tiene unas uñas postizas enormes, con corazones púrpuras estampados, obviamente demasiado incómodas para teclear. Pero son bonitas, tan bonitas como la economía. No me pide el pasapaporte. Sabe quién soy, sentimos un cariño mutuo y silencioso, que nos expresamos del siguiente modo.

- ¿Qué quieres, corazón?-.
- 2.000 bolívares, por favor-.
- Pero sólo tengo billetes de 20 bolívares, será un fajo. ¿Oíste, mi amor?-.
- En lo que haya, mi reina-.

El Banco Provincial de Venezuela, del Grupo BBVA, otorga la mayor rentabilidad a la matriz central. Muy por encima de otros países menos revolucionarios y menos bonitos. Es lo más bonito de las revoluciones bonitas.

martes, 17 de noviembre de 2009

Los cangrejos también saltan

Algo me habían contado, pero nunca quise creerlo. Hasta que en Caracolito, una playa de Barlovento en el Caribe venezolano, lo vi con mis propios ojos. Eran las 7 de la mañana, el sol aún ascendía por el oriente. Me senté en una piedra tras el baño de desayuno. Y me puse a dormir con los ojos abiertos. Al poco, comenzaron a salir del agua, subiendo por las rocas húmedas una docena de cangrejos de diversos tamaños, en plan familia numerosa. Hasta ahí todo medianamente normal (no suelo estar en la playa a estas horas de la mañana). De súbito, al grito cangrejil de ¡alle-hop! imperceptible para mi oído humanoide el primero de la familia, un macho poderoso, saltó. ¡SÍ, SALTÓ!. De una piedra a otra. En horizontal, claro, como es la vida de los cangrejos. Un salto de unos cinco o diez centímetros. Algo que en el mundo de los cangrejos debe de ser todo un portento. El resto de la cohorte imitaron al papá, o la mamá, pero con saltos menos majestuosos: dos, tres centímetros a lo sumo. Los cangrejos también saltan, pues. Una revelación mucho más importante de lo que podría parecer en un primer momento. Algo que amplía enormente las posibilidades del mundo y, por extensión, mi capacidad de comprensión del mismo.

¡Buf!, resoplé maravillado para mis adentros, y me lancé ansioso al agua para nadar hasta la orilla y comentárselo a los amigos mientras devorábamos una empanada exquisita de cazón...

lunes, 9 de noviembre de 2009

Tras las bambalinas del Sarao

El Sarao es un jovial club nocturno caraqueño de salsa en vivo en Bello Campo. Es todo lo contrario a un patio de colegio. La gente es mayor de edad, se les cachea antes de entrar y se les obliga a consumir profusamente (alcohol, cacahuetes, tabaco) antes y después de bailar. Hablé de él al poco de llegar a Venezuela. Volví a él meses después, justo para comprobar cómo el reggaetón va sustituyendo poco a poco a la salsa a medida que los reggaetoneros van agarrando años, y una generación se impone (e impone sus gustos) a la otra. Todo el mundo "perrea" en el Sarao, y sólo de vez en cuando, bailan salsa "puliendo hebilla" (que es mi género favorito, a pesar de mi escasa habilidad). En los múltiples televisores de plasma, sólo dos canales: en uno Michael Jackson danzaba como un ángel en lo alto de la luna; en el otro carreras y saltos de motocross en un loop sin fin. Me quedé con ganas de hablar con quien selecciona las imágenes del Sarao, pero esa es otra historia.

No obstante, lo más fascinante del Sarao es el lavabo de hombres. Allá existe un pequeño puesto de venta, con sus poropias leyes. Algo así como un paraíso fiscal d venta al por menor. Lo lleva Giovani, un italiano de Caracas de toda la vida. A continuación, una lista de sus artículos:

-Chocolatinas,
- Condones,
- Galletas,
- Colonia (dos rociadas por 5 bolívares, una a cada lado del cuello),
- Chicles,
- Gomina para el pelo (3 bolívares e incluye gratis varios peines de plástico, atados a una cuerdecita para evitar hurtos),
-Caramelos dulces,
-Desodorante,
-Palillos para las orejas,
-Pastillas para el mal aliento,
-Cigarrillos al detalle (de uno en uno),
- Hilo dental,
- Viagra (20 bolívares, el producto estrella).

La curiosidad me llevó más al baño que las ganas de orinar. Cada vez que iba, me acercaba a Giovani y le preguntaba. "¿Pero se hace plata con esto?". "Uf", resoplaba, "una barbaridad. Un buen negocio, no pagas luz, no pagas alquiler, no pagas impuestos..." Yo asentía con el cubalibre en la mano, algo incrédulo, tengo que reconocerlo. "¿Cuánto puedes sacar al día, si me permites la pregunta?". "Claro, pana, no hay peo. 1.200 bolívares, pero me quedan limpios, después de descontar la mercancía, unos 500 bolívares por noche " (El sueldo mínimo en Venezuela está alrededor de los 800 bolívares). "¡Uf!", ahora quien resoplaba era yo. Giovani me contó mientras sudaba como un pollo al horno que el único incoveniente era el ambiente, a la par que me señalaba la ristra de personas aliviándose en los urinarios. "Se aprenden muchas cosas en los sitios como éste", concluyó enigmático con tono empresarial.

Busqué la hora en el reloj de pulsera que no tengo. Efectivamente, las cuatro y media de la madrugada: la hora de partida.

jueves, 5 de noviembre de 2009

¡Azúcar!

A veces, parezco Celia Cruz, exclamando ¡azúcar! No hay azúcar en mi calle, en mi barrio, en mi distrito. Cuestiones de acaparamiento, control de precios, flojera, o interés en venderla en el extranjero, llámenlo como quieran.

Fui a Colombia. Volví orgulloso con un gran paquete de café neogranadino, que era como se llamaba a Colombia en la época de la conquista o descubrimiento (depende del pie con el que se cojee) de América. Y mis compañeros de apartamento, me dijeron: "¡Huevón, lo que hace falta es azúcar! ¿no trajiste azúcar?". Nada no hay azúcar. ¿En toda Caracas? No, en todo Caracas no. Jeanette, la mujer de Barranquilla que viene a limpiar nuestros desbarajustes domésticos, apareció un día con un tarrito misterioso. Lo miré curioso, aún dormido. Jeanette lo señaló mientras yo preparaba el café matutino para los dos. Sonrió. "Ahí traje azúcar, me daba no sé qué ver que ustedes no tenían azúcar. No sé cómo pueden tomarse el café sin azúcar". Abrí los ojos como platos, como en los dibujos animados. "Como podemos, Jeanette, lo tomamos como podemos. Muchísimas gracias". Ahora quien sonreía era yo. Y me cuenta cómo en Petare, uno de los barrios más violentos de latinoamérica según dicen los periódicos donde vive, vino el otro día un señor con un coche repleto de azúcar. "Logré comprar dos kilos, uno se lo traje a ustedes", me cuenta, ambos con las tazas de café DULCE en las manos.

¿Nos tomamos otro?, le digo, ahora sonreímos los dos. A veces, como decía, me siento como Celia Cruz, pero sin peluca.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La neblina del ayer

Hoy acabé de leer una nueva novela negra del cubano Leonardo Padura. Comencé a leerla dos semanas atrás, en Bogotá, dónde la compré con cargo a la tarjeta de crédito. Este diálogo que copio a continuación lo marqué una tarde lluviosa en un café bogotano que se llamaba "La Toma". Es una conversación entre Mario Conde, ex policía habanero, y Yoyi El Palomo, su compinche: contiene sendos análisis no muy desencaminados sobre el periodismo y el socialismo, dos cosas que, curiosamente, me quedan bastante cerca.

- Tampoco lo sé... Por acompañarte, creo. Tú eres el personaje más loco y más comemierda que conozco, pero me gusta andar contigo. ¿Sabes qué, men? Tú eres el único tipo legal con quien trato en este y todos mis negocios. Eres como un cabrón marciano. Como si fueras mentira, vaya.
- ¿Y eso es un elogio? - quiso saber el Conde.
- Más o menos... Tú sabes, uno vive en una selva. Desde que sales del cascarón estás rodeado de buitres, gente empeñada en joderte, sacarte dinero, tumbarte la jeva, en denunciarte y verte escachao para ellos ganar puntos y subir un poco. Hay una pila de gente que está por escapar, por no complicarse la existencia, y la mayoría lo que quiere es ir echando, poner agua de por medio, aunque sea pa´Madagascar. Y al carajo los demás... Sin esperar mucho de la vida.
- Eso no se parece a lo que dicen los periódicos - lo aguijoneó el Conde, para verlo saltar, pero Yoyi le resultó demasiado ágil.
- ¿Qué periódicos? Una vez compré uno, para limpiarme el culo, y me lo dejó medio sucio, te lo juro...
- ¿Alguna vez oíste hablar del hombre nuevo?
- ¿Qué cosa es eso? ¿Dónde lo venden?

(La Neblina del Ayer, Leonardo Padura, Ed. Tusquets. Barcelona. 2005)