La literatura es algo muy parecido a esto. El hermoso verso aparecía decorando una de las paredes de la Colonia Hipódromo Condesa, de México DF.
PD - Los libros que me compré en el DF y para los que, a su vez, tuve que comprarme una hermosa maleta de ejecutivo con ruedas y empuñadura desplegable:
- Playas, ciudades y montañas, de Julio Camba (artículos)
- La ciudad automática, de Julio Camba (artículos)
- La rana viajera, de Julio Camba (artículos)
- Impaciencia del corazón, de Stefan Zweig (novela)
- Días de guardar, de Carlos Monsiváis (ensayo)
- Cómo me hice monja, de César Aira (novela)
- Viaje a la América Meridional, de Carlos María de la Condamine (viajes)
- Viaje alrededor del mundo, de L.A Bouganville (viajes)
- Crímenes ejemplares, de Max Aub
miércoles, 28 de enero de 2009
martes, 20 de enero de 2009
La espera
Aeropuerto de Maracaibo, media tarde. El clásico retraso en los vuelos nacionales de Venezuela produce diversas reacciones: sueño, arrechera (enfado), nerviosismo, alcoholismo (el bar estaba repleto). El clásico retraso no explicado, en abstracto. Hay un avión que hace el vuelo Caracas-Maracaibo-Caracas. Si no sale de Caracas, no regresará a Maracaibo, y viceversa. En el cielo de la noche ni un avión, el silencio absoluto. En las oficinas de la aeorolínea, el silencio y el encogimiento de hombros como política comunicacional. Salí a pasear. Volví a entrar y me encontré al tipo de enfrente, el de la foto, desencajado por el sueño. Gordo y grueso como todo ciudadano de Maracaibo. El lugar más frío de Venezuela, donde la temperatura media es de 33 grados.El aire acondicionado gélido es parte del clima natural: al salir de los taxis siempre se me empañaban las gafas. Y nadie toma agua: sólo refrescos y whiskies. El tipo de enfrente continuaba dormitando las tres horas de retraso, sin prisas sin pausas. Me dediqué a escudriñar su aspecto hasta que yo también me quedé dormido. Finalmente, entramos en el aparato, como un rebaño de ovejas. Con la calmada paciencia del resignado. Busqué mi asiento, y encontré la mitad ocupada por mi compañero de asiento. Butaca A y media, frente a la mitad de la B, que era mía. El tipo de la foto, el prototipo de Maracaibo me sonrió con inocencia. "Buenas noches", me dijo. Lancé una mueca al techo del avión que rebotó y me dio en la coronilla. Pedí un vaso de agua.
miércoles, 14 de enero de 2009
Césped azteca
Quiero pensar que las pirámides llevan más tiempo en el lugar que el cartelito. La última vez que hubo césped por allá sería cuando Hernán Cortés se dedicó a destruir las pirámides y edificar una iglesia en su lugar. Se trata de la ciudad de Teotihuacán, al norte del DF. Una inmensa ciudad en la que había de todo, dicen los guías: licorerías, carteros, y sobre todo, curas, muchos curas. Que eran los que se dedicaban a sacrificar a guerreros capturados en sus batallas con otros pueblos mexicas. El lugar es hermoso, y produce una curiosa sensación de ciencia ficción. Genera una incierta impresión de futuro: orden, amplitud, líneas rectas, de una geometría perfecta que aportan al alma una tranquilidad insospechada. Desde lo alto de las pirámides, uno ve la magnitud de lo que fue y ya no es. Da que pensar: aunque los pensamientos, ciertamente, se arremolinen alborotados por un calor demencial y un viento engañoso, venido de otro tiempo. Por eso, el cartel desconcierta y obliga a la reflexión sobre las posibilidades amarillentas (casi de un ocre castellano) de la palabra fundamental: césped. ¿De qué color era el césped azteca?
lunes, 12 de enero de 2009
Zócalo
Un kiosko en el Zócalo. El Zócalo es el centro histórico de México DF. Limpio y ordenado, algo que no se puede decir del de Caracas, más que con ironía. Hay una bandera inmensa que ondea al viento (cuando lo hay) y miles de volkswagen escarabajos de color verde que hacen las veces de taxis. Tengo un cariño especial por los escarabajos: de las veces que me ha dejado tirado el mío. Hay multitud de escarabajos en México, 1 de cada 4 carros es un escarabajo. De hecho, sólo hace cuatro años se paró la producción del escarabajo, modelo clásico, en México: último reducto, lo que los convierte en especie en peligro de extinción. En el Zócalo está el palacio presidencial con unos maravillosos murales de Diego Rivera, la catedral y los restos del templo mayor de los aztecas. En invierno, ponen una pista de hielo por la que hacen colas durante horas los mexicanos. Siempre me ha parecido una estupidez supina la pasión por las pistas de hielo artificiales en las plazas mayores. Sin embargo, uno respeta los gustos de cada quién. Y no dije nada al pasar al lado, (mastiqué los pensamientos en silencio). En nuestro paseo, nos dejamos callejear hasta que cayó la noche. La noche es sinónimo de un peligro abstracto en América Latina. Así que nos fuimos por el carro. Yo me iba riendo de la paranoia sobre la violencia, mientras Tin apuraba el paso. Poco antes de llegar al estacionamiento, vemos una multitud arrebujada en torno a un 7 Eleven. Y una veintena de policías. Había intentado robar el establecimiento. Todos los comerciantes de la calle habían bajado la verja de seguridad, y miraban desde el otro lado de los barrotes. Incluso los empleados del conocido comercio Telas La Parisina, propiedad de un emigrante asturiano de Cabrales, ocultaban sus escaparates con urgencia. La gente gritaba: "Que la pague, que la pague", al presunto ladrón. No había sangre, y parecía que todo había discurrido sin disparos. Lo que es todo un logro. El tipo del estacionamiento se rió al escuchar la historia. Nos lavó el carro y lo cuidó por 50 pesos. "Desconfía de tu sombra, güey". En el kiosko los periódicos sensacionalistas reflejan la realidad mexicana con pulcritud. Un narco boca arriba, con una prominente barriga que desafía la ley de la gravedad. Enhiesta, incluso sin vida. El titular no deja de tener su sarcasmo: ¡MATAN A 2! ¿Y el resto?, pregunto al kiosquero. No se rió.
viernes, 9 de enero de 2009
¡Órale!
México pica. Y no sólo por la comida, exquisita y explosiva a partes iguales. Andábamos en Tepoztlán, estado Morelos, tierra natal de Zapata, una hora al sur de México D.F. Era fin de año, tras el champán, los tequilas, la carne en brasa, los petardos y cohetes; el resto del personal de la elegante casa que nos acogía se fue a dormir. Excepto Tin (anfitrión gigante y asturiano egregio) y un servidor. La noche era hermosa y estrellada. Estábamos rememorando nuestro tiempos de la difunta EGB en un pueblo del norte asturiano, cuando apareció Nacho, el mexicano que hacía de encargado de la casa (jardinero, vigilante, fontanero, cerrejero, cuidador de la piscina). Venía medio ebrio, igual que nosotros. Y nos invitó a un tequila en su casa, al otro lado de la calle. Claro, dijimos, y agarramos una botella de vino. Habían cortado la calle, puesto un dispositivo de luces que enceguecía y una discoteca móvil que despertaba a la gente al otro lado del valle. Allí anduvimos bailando: cerca de dos horas. Con la mujer de Nacho, Eulalia; con la nuera de Nacho y Eulalia, no me acuerdo del nombre; con una señora que estaba allí; con Tin, claro (aunque no sea de machos, como nos dijeron). Un rato me puse a departir con el sobrino de Nacho, que regentaba un negocio de limpieza de "carpetas" (alfombras, en su delicado spanglish) en San Diego (EE.UU), que había salido de Tepoztlán cinco años atrás y regresaba como potentado. Bailamos y bailamos cumbias. A las dos horas aparece la gente de la casa, alarmadísima de nuestra ausencia, en pijamas sofisticados. Tin bailaba con alguien, yo analizaba el desarrollo de la historia mexicana de los últimos años con Nacho. Que me pedía que no le tirase de la lengua porque iba a contar más de lo debido. Yo le dije lo mismo. Nos reímos y bailamos otra cumbia. Su mujer, Eulalia, insistía en que danzase con su nuera. A mí no me parecía mal si a ellos les parecía bien. La gente de la casa, amables amigos de Tin, venían a por nosotros. "Ilusos, no pueden bailar tanto con esa gente. No se deben romper las reglas. En México el pedo es así. Sois un dulcito para ellos, además españoles. Se toma uno una copa y se va. De allí no salís, si no llegamos nosotros". Etcétera. Acatamos la legislación vigente y regresamos a la casa con piscina. Nos dormimos mirando un cielo oscuro. Al día siguiente, Nacho vino a limpiar la piscina, que en México se llama alberca. En el desayuno, Eulalia me hizo unas quesadillas riquísimas, Nacho me sirvió un ron, y se puso él otro. Brindamos. México pica, ya lo dije al principio.
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