En los tiempos de las cabinas telefónicas, incluso en los de teléfonos celulares, todavía hay gente que mete papeles garabateados en botellas para luego lanzarlas al mar Caribe.
Estos son dos párrafos de una novela policíaca cubana que, a ratos, me ha enfadado hasta la mueca y, en otros, me ha deslumbrado hasta tener que cerrar los ojos. Los dos últimos párrafos, en concreto: con ellos acaba la novela. El escritor es Leonardo Padura. Tiene barba y 54 años. La novela se llama "Adiós, Hemingway". Yo he leído en la edición publicada por la editorial Norma, en Bogotá, con las tapas blandas de color naranja fosforescente y una foto en blanco y negro.
"Bufando el vapor del trago, sin soltar la botella mensajera, el Conde se esforzó por incorporarse y al fin logró ponerse de pie sobre el muro. Miró hacia el mar, infinito, empeñado en abrir distancias entre los hombres y sus mejores recuerdos y observó el agresivo lecho de rocas, contra el cual podían estrellarse todas las ilusiones y dolores de un hombre. Bebió otro trago, a la memoria del olvido, y gritó con todas las fuerzas de sus pulmones:
- ¡Adiós, Hemingway!-
Entonces tomó impulso con el brazo hacia atrás y lanzó la botella al agua. El recipiente epistolar, preñado con las nostalgias de aquellos náufragos en tierra firme, quedó flotando cerca de la costa, brillando con un diamante invaluable, hasta que una ola lo envolvió y lo alejó hacia esa zona oscura donde sólo es posible ver algo con los ojos de la memoria y el deseo".
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