jueves, 9 de septiembre de 2010

Entre Venezuela y Trinidad y Tobago (3)



18 agosto
Chaguaramas, Trinidad



1)Dos ferries. Scarborough-Puerto España. Chaguaramas-Güiria. El cielo limpio y oscuro. El viaje en la noche repleto de sueños alborotados, llenos de brisa. En la cubierta de un barco que huele a curry y a mierda de cabra a partes iguales, forrada por una moqueta color campo de golf abandonado, dormimos sobre un lecho improvisado. El ferry lento es, obviamente, el más barato. 37 dólares trinitarios y seis horas de duración entre las dos islas que conforman el país. Las luces de Scarborough se van deshaciendo como virutas de sueño. Los pasajeros son indios, negros, cabras, y nosotros, por este orden. Entramos detrás de las cabras. No hay más blancos. Aunque poco importa porque es medianoche. El pasaje es humilde y con pocos recursos. Abundan los locos, si se entiende por loco a alguien que sostiene una conversación consigo mismo durante horas. En la cubierta hay varias personas así. Hay uno que no habla nada, y ése da más miedo todavía. Pienso que se tirará al mar Caribe en medio de la travesía. Podría ser la India, aunque nunca he estado en la India. Me sorprendo de lo oscura que puede llegar a ser la piel de un indio trinitario, puede ser más negra que la piel de los negros. Pero hay que fijarse bien. El que no habla no se lanza al mar, pero sigue sin hablar.

2)Perdemos el ferry de la tarde. Así que bebemos cerveza Carib, aguardando el ferry de la noche, en un antro sucio y con encanto en Scarborough. Afuera más cabras y gallos. Tienen varias normas enmarcadas tras el mostrador: "prohibido pedir a cuenta", "prohibido el lenguaje obsceno", "prohibido quedarse dormido". Leemos la prensa tribagonian: el Newsday y el Guardian. Portada: el asesinato de un cajero indo-trinitario, tras el secuestro de sus hijos y su esposa. Algo de cricket. Precios del petróleo. Piratas del golfo de Paria roban a un grupo de pescadores de San Fernando, en el sur de Trinidad, y los obligan a volver nadando a tierra para salvarse. Varios mueren ahogados en el intento. La Guardia Costera tarda horas en llegar: están en un desfile. El Newsday insinúa que los piratas podrían ser venezolanos. El Guardian no lo afirma, más cauto, pero señala la necesidad de interrogar al país vecino.

3)Saltamos de un ferry a un taxi, y subimos a otro ferry. Aquí no hay cabras: y casi las echo de menos. Pocos venezolanos en el ferry hacia Güiria. El sol, intenso , cae a cuchilladas sobre nuestras cabezas. Pasamos entre varios buques petroleros. No hay delfines. Apenas siete millas separan el extremo occidental trinitario del extremo oriental venezolano.

4)Nos quedan 370 dólares trinitarios. En Venezuela nadie quiere dólares trinitarios. Los perros calientes del ferry cuestan diez dólares trinitarios. Le digo a Olga que podíamos intentar gastar el dinero restante en perros calientes. Asiente. Cada vez va uno a pedir hot dogs a la camarera del barco. Los comemos a medias. Cuando acabamos los dos primeros quedan dos horas y media de trayecto. No lo vamos a lograr, dice Olga. Confianza, respondo, y voy por otro. Queda una hora y llevamos cinco perros calientes. Todavía nos restan 31 perros calientes. Suspiro. Suspiramos. Comemos dos más. Falta una hora. Me retuerzo para hacerle sitio a otro. Están ricos, digo, para animarnos. Llegamos a Güiria. Hemos comido diez u once. Lástima, comento, nos faltó tiempo. Lo podíamos haber logrado. Cambiamos los 270 dólares trinitarios. Apenas nos dan cien bolívares fuertes.

5)Acabo el libro de V.S. Naipaul, The Middle Passage, que he leído durante todo el viaje. Naipaul nació cerca de Chaguaramas, pero ahora vive con un gato en algún lugar de la campiña inglesa. Un buen libro, escrito con una brillante precisión. Tuvo que tachar un montón antes de publicar, pienso. Es bueno tachar.

6)También pienso en el gordo Ali Baba, propietario de la posada de Tobago donde nos alojamos seis días. Hermosa posada con una hermosa baranda que daba a una hermosa playita llamada Heavenly Bay. Él estaba gordo hasta la extenuación. Cansaba verle respirar. Va siempre en carro: imagino que si pudiese tener un carro para su casa también lo utilizaría. Pienso. ¿Cómo hará para acostarse con su mujer? Está tan gordo que difícilmente puede verse el pene. En torno a los 180 kilos, calculo. A su lado, su mujer, una alemana con más 90 kilos de salchichas a hombros, parece esbelta y felina como una modelo desfilando en una pasarela parisina. Ellos sí que hubiesen logrado el reto de los 37 hot dogs, me lamento en voz alta. Dejo de pensar, y me concentro. Respiro hondamente. Y con un grácil salto, vuelvo a pisar suelo venezolano.

Entre Venezuela y Trinidad y Tobago (2)



16 agosto
Castara, costa norte Tobago


1)Hay cantidad de pollos, de gallos y gallinas. En la playa, en Scarborough, la capital; en las carreteras. Vimos un gallo comer un mango. Vimos un gallo, sostenido sobre una sola pata, vigilar a su gallina-esposa mientras picoteaba una bolsa de plástico de patatas fritas made in Trinidad, West Indies. Una multitud de gallos picotea la isla de Tobago.

2)Las noticias de radio Tremblin, la radio de Tobago. Un asesinato, dos secuestros en la isla de Trinidad. Los agricultores de origen hindú (la gran mayoría de sus antepasados llegó en buques fletados por los ingleses en la mitad del siglo XIX) no quieren pagar impuestos hasta que no se regularice su situación. Inundaciones en Pakistán. El edificio de Radio Tremblin es el único digno de atención en Scarborough. Es de ladrillo visto, y tiene grandes antenas parabólicas en el techo. Las ventanas son de guillotina, y las contraventanas, de madera, están pintadas en blanco. El resto de las casas de la isla son realmente hermosas. Como si saliesen de una novela de Mark Twain.

3)En Scarborough hay un montón de cabras. Para hacer cabra al curry y para las famosas carreras de cabras de abril, explican si les preguntas. También hay carreras de cangrejos. Efectivamente, corren de lado, explican sin que necesites preguntar.

4)El instructor de buceo se llama Nathaniel. Tiene la piel negra. Algunas rastas son blancas, otras son negras: como las teclas de un piano. Durante las dos inmersiones, a 45 pies, trata de agarrar con la mano dos langostas del tamaño de un perro, de un perro grande. Ambas se le escapan. En su casa, en algún lugar llamado Lambeau que nadie conoce bien, tiene un carro para hacer perritos calientes “Nathaniel´s doggy style”. Su casa es humilde, sencilla y acogedora. Está preparando frijoles con arroz. Las paredes, la puerta del frigorífico, están repletas de fotos de Barack Obama y la actriz Eva Longoria. Decenas de fotos. En el cuarto de baño, pósters de chicas desnudas: muchos culos. Le encantan los culos, sobre todo el de Longoria. Eso no lo dice, pero se lo veo en la mirada. Tiene cinco hijos. Todos viven en Estados Unidos. Dos en Nueva York, uno en Kentucky, otra en Ohio, y el otro allá donde esté, eso dice… Nathaniel estuvo sirviendo en la Armada de EE.UU. Tiene una foto suya con la bandera de barras y estrellas al fondo. Hace yoga y da masajes, da a Olga un masaje de cerca de una hora. Yo me quedo dormido en una tumbona de plástico en el porche. La música reggae que sale de su equipo de música es deliciosa. Absolutamente deliciosa. Unas orugas de color amarillo, negro y rojo se están comiendo el único árbol de su jardín. Las contemplo un buen rato, están hambrientas. Cae el sol. Nathaniel nos regala dos trozos de tarta de despedida. Está estupenda.

5) Los tobagonians son más educados que los venezolanos, pero menos amables.

martes, 7 de septiembre de 2010

Entre Venezuela y Trinidad y Tobago (1)


11 agosto 2010
Güiria – Chaguaramas, Golfo de Paria.


1) Ferry entre Venezuela y Trinidad. Sólo un viaje por semana. Los miércoles. Un joven danzando en cubierta, flexionando las rodillas levemente, en vertical. 15 años, quizá 16. Un pañuelo en el bolsillo de sus pantalones anchos, más anchos que su cintura. Habla inglés y español, indistintamente. Tiene el bigote de pelos fláccidos, casi transparentes, característico de los adolescentes en flor. Mastica un bocadillo de jamón. Graba constantemente con la cámara de su teléfono celular. Vídeos en los que trata de retratar la panorámica de su visión, girando 360 grados sobre su eje. Como hace cada día la bola de tierra y agua sobre la que navegamos. Viste de negro. Parece querer ir de malo de barrio (probablemente no sea ni malo ni viva en un barrio). Al menos eso busca afirmar con sus muecas ante la cámara, con las que concluye sus panorámicas de agua y nubes. Su madre le pregunta en inglés si quiere otro sándwich de jamón. Asiente y se sienta con sus quince años, su bigote de pelos fláccidos, casi transparentes, y el sándwich que su madre le da, ya desenvuelto.

2) Dos trinitarios. Uno negro. Otro marrón. Bien vestidos. Demasiado bien vestidos para el calor que hace. Aprovechan la barra libre de soft drinks para servirse rones constantemente. Estamos sentados en la cubierta del barco Lobster1. Uno tras otro. Es ron de Barbados. La caja es dorada y muestra el rostro de un señor blanco y barbudo. De barba más blanca que su pálida tez. Darwin o Papá Noel, pienso.

3) Cinco turistas. Dos parejas y un solitario. Unos somos nosotros. De los tres chicos, dos llevan barba. Dos llevan pantalones cortos. Dos llevan el pelo largo. Hay uno, por tanto, con los tres elementos: barba, pelo largo y pantalones cortos. No soy yo. Y me divierto con las combinaciones posibles. Las chicas, ambas, leen. Una lee una de esas novelas del tamaño de dos ladrillos pegados juntos con cemento. Olga, la guía de Rough Guide de Trinidad&Tobago. “Tribagonian es el gentilicio en inglés de los ciudadanos de T&T”, me dice en español. A mí me suena a instrumento de tortura del siglo XIV, y me parece una hermosa palabra. Me río, pero no digo nada. El que viaja solo garabatea con un punzón la panza de su guitarra. Venezuela queda atrás, mejor dicho, al lado izquierdo del barco que avanza indolente. Navegamos paralelo a la costa venezolana que es verde y marrón, y verde y marrón de nuevo, y al final algo anaranjada.

4) Atardece. La luz se diluye y el cielo está lleno de nubes que parecen el humo de cigarros fumados por dioses invisibles. Son densas como almohadas, de un azul turquesa que se va apagando. Pero apagando en un blanco amarillento. La brisa es hermosa como el cabello de la mujer amada, la música horrible como el aliento de la enfermedad en una garganta moribunda. Ambas permiten, como extremos, contemplar los modos de explicar el momento, la variopinta gama de reacciones que producen en el pasaje. Silencio, frustración, nostalgia, somnolencia, encender un cigarro, tristeza, tomarse otro ron, salir corriendo, alegría, tirarse al mar, besar.

5) Negros trinitarios, venezolanos negros, indios hindúes, indios musulmanes, indios-negros, blancos, morenos, mulatos, rastas. En total, medio centenar de pasajeros a bordo del Lobster1, que sale de Güiria a las tres de la tarde rumbo a la isla de Trinidad, otro miércoles más.

6) En la costa venezolana, a medida que ascendemos, ni un solo pueblo. Se ve desierta, intocada. Sólo las luces del aislado Macuro, único pueblo de la zona, comienzan a titilar como candelabros solitarios. Nada antes, nada después. Y pienso en que Colón y los suyos debieron encontrarse con un paisaje semejante. El Golfo de Paria: las aguas que más miedo produjeron en el avezado genovés. Asustado por encontrar agua dulce tan lejos de la desembocadura del Orinoco, y donde estuvo a punto de naufragar, Colón hablaba de corrientes procedentes del sur que rugen sin fin. Llegó a pensar que se trataba de la entrada al paraíso terrenal: “todavía puedo sentir el miedo que sentí allí”, dejó anotado muchos años después de 1498, ya en tierra firme. Vio montañas de agua enroscándose sobre sí mismas, con olas rizadas en la cumbre. Pensó que allí la tierra tenía la forma del pecho de una mujer, y que el paraíso terrenal era el pezón que lo coronaba. (En este punto de lectura siento una gran simpatía, hasta entonces desconocida, por Colón). Eso, al menos, escribió a sus patrocinadores: Isabel y Fernando.

7) No vemos, sin embargo, nada de eso. Y el barco se balancea como si disfrutase de un plácido sueño en un calmado vaso de agua. Sigo leyendo a Colón, mientras un par de niños (uno color té, el otro color arroz ) bailan como peonzas ebrias en la cubierta. Suena la canción del mundial de Fútbol de Sudáfrica, de la que Colón o Columbus, porque ya hemos cruzado la frontera trinitaria, probablemente tendría más miedo aún que de las corrientes marinas del golfo.

8) Todo el mundo parece disfrutar haciendo vídeos con los teléfonos móviles. Probablemente, los vídeos acabarán mostrando a otros pasajeros que tratan de grabar más vídeos. O así me los imagino delante de la pantalla de sus ordenadores en casa: viéndose la cara unos a otros. Espejos desconertantes de la estupidez humana.

9) Siguen tomando ron los trinitarios. El marrón y el negro. Tienen anillos dorados y botas de cuero. ¿Para qué se necesitan unas botas de cuero en Trinidad? El negro es dos veces el tamaño del marrón.

10) El sol lo tenemos en la popa, hundiéndose en el mar, al oeste. El cielo parece una sopa espesa de nubes ya oscuras. Entre las plataformas petroleras que esquivamos con sigilo, aparece, en la proa, el concierto de luces ámbar de Puerto España.