miércoles, 30 de julio de 2008

Historia diminuta

La historia de la conquista de América Latina es la historia de hazañas delirantes a cargo de dementes armados. Uno de ellos, era el guipuzcoano Lope de Aguirre, quien descendió el Amazonas a mediados del siglo XVI en busca del supuesto Dorado. A medio camino, y como es lógico, perdió la cabeza. Claro hay diversos modos de perder la cabeza. Su superior, Pedro de Ursúa, la perdió escondiéndose en la cabaña de su barcaza con una hermosa india mestiza de "cuyos brazos no se desprendía más que para empuñar el vaso de chicha (bebida alcohólica) y atiborrarse de guanábanas (dulce fruta tropical)". Y hundido al fondo de la hamaca, con la india a horcajadas sobre su cuerpo semidesnudo, perdió el sentido del tiempo y del lugar, descuidando su misión. A Lope de Aguirre, quizá por falta de una india similar, comenzó a subírsele a la cabeza la sangre y la inquina mientras observaba las tribus de indios en la orilla del Amazonas que les daban la bienvenida con dardos emponzoñados. Tanto, que acabó matando a Ursúa, a la india mestiza, de nombre Inés; y a unos cuantos leales a la causa realista. Las venas de Aguirre continúan latiendo al ritmo de la ira que va acumulando, y se dedica a matar a todo aquel que le alza la ceja (72 en total, según los historiadores). Acaba saliendo al Atlántico, en lo que hoy es la ciudad de Belem, Brasil. Asciende luego hasta la isla de Margarita (Venezuela), territorio que destroza con elegancia en quince días. Y luego se encamina hacia Lima, para recuperar Perú de España, tierra que le tiene exasperado y a cuyo rey Felipe II insulta con garbo y buena prosa en una carta que se conserva en el Archivo de Indias de Sevilla. Muere en Barquisimeto (Venezuela) por disparos de arcabuz de tropas españolas. Uno de las escenas del viaje (por su puesto, de El Dorado, ni rastro):

La expedición de "los marañones", (como se autodeminaban por "la maraña en la andaban metidos") tras ver morir a buena parte por los arranques coléricos de Lope de Aguirre, las calenturas y las fiebres tropicales, y los ataques de las tribus indígenas está a punto de tocar el océano Atlántico. Apenas quedan dos barcas de las cinco que habían partido del Perú. Las aguas del río, al chocar con las olas del Atlántico, formaban temibles remolinos que dificultan la navegación. Hay que soltar lastre, le dicen los navegantes a Lope de Aguirre. Así que éste se lo toma con tranquilidad, y decide mordisqueándose el bigote. Se quedan en tierra todos los indios del Perú que les acompañaban como sirvientes y criados. La escena, cuentan, es dantesca. Los indios suplicándoles arrodillados a sus amos que no les abandonen en esa tierra inhóspita donde les espera la muerte por inanición o devorados por los caníbales de la zona. Ellos son indios de los Andes, desconocen la vida en la selva tropical. Lope de Aguirre les explica con el cinismo que le dibuja la expedición en el rostro. ¿No son indios como vosotros, del mismo continente? Pues, anda, abajo, que somos demasiados. Y ahí se quedaron, dialogando entre hermanos...

viernes, 25 de julio de 2008

Economía rosa

Algo ocurre en una economía que cuenta con más de un 30 por ciento de inflación. Al rojo vivo están los motores de la revolución bolivariana, consumiendo dólares con la voracidad de una locomotora de carbón. Rumbo al socialismo, dicen, pero uno sólo ve paradas con forma de centros comerciales donde se bajan los pasajeros. El tipo fijo del control de cambio, los controles de precios, la impresión continua de papel moneda... Son muchos vagones de los que hay que tirar: sin embargo, hay dólares para eso y para más. Venezuela es una máquina de devorar dólares, a 120 dólares el barril.
Uno pedalea como un poseso, y la bicicleta, apenas avanza. Los bolívares, ahora fuertes, se escurren por las costuras de los bolsillos. En la licorería, en el supermercado, en la buseta... incluso sentado en la playa, en silencio, los bolívares (fuertes) se evaporan. Y el mismo pescado de meses atrás, coronado por el mismo banano frito, aparece rodeado de brillantes cuando llega la cuenta. Todo ha subido de precio, pero uno sigue con la misma altura financiera. Es fácil explicar la economía, lo complicado es vivirla. La inflación es una novela rosa en la que se escenifica un amor no correspondido entre el monedero y las papilas gustativas. La única diferencia es que, al contrario que en las novelas rosas, los novios acaban tirándose los trastos a la cabeza. Y uno acaba mordiendo el monedero como si fuese una arepa. Con el consiguiente dolor de tripa.

martes, 22 de julio de 2008

Isla Tortuga

Esto es un salón de una casa en isla Tortuga. (Una isla en la que, por cierto, no vimos ni una sola). Al fondo, un generador que podría estar en un museo, pero que aquí es de rabiosa actualidad ya que surte de electricidad para los bombillos y para el dvd. En Tortuga, no hay electricidad ni agua. Te acuestas con el sol y te levantas con él. Horario solar. Una mesa y dos sillas, que aporta esa sensación de confort tan necesaria a comienzos del nuevo milenio. Y sobre la mesa dos de los útiles primordiales: una radio, para saber qué ocurre en el tierra firme; y una cajita de fósforos, para encender los cigarrillos y el hornillo.
Lo que sí vimos, y comimos, fueron tres enormes langostas de más de tres kilos cada una. Las pescan a pulmón los pescadores de la isla de Margarita, únicos habitantes de la isla, quienes pasan en ella la mitad del año. Uno de ellos, nuestro anfitrión, Enrique. Enrique cambiaba gasolina por harina y ron, y se sabía todas las canciones de la radio como si fuese una gramola humana. Bajaba a por las langostas a 35 metros de profundidad. "Para bajar, decía, no hacen falta pulmones. De hecho, yo sólo tengo uno (y mostraba una gran cicatriz en la espalda). Lo que se necesita son piernas, para salir de ahí abajo". La isla Tortuga, antiguo territorio de piratas, está cuatro horas de navegación de la costa venezolana. Cuatro horas más al noreste, y se llega al turístico archipiélago de los Roques. A Enrique no le gustaban los Roques. Su argumento, inapelable y repleto de razón: "Allá hay demasiadas leyes". Había que oírle hablando (y riendo) del supuesto gobernador de Isla Tortuga...

miércoles, 16 de julio de 2008

Responsabilidad

Esta es una manera, maravillosamente caribeña, de entender el concepto de responsabilidad. Además, el diseño y la caligrafía son dignas de alabanza. La espontaneidad y la simplicidad como lemas. Redondeamos el NO, y el resto lo ponemos en mayúsculas. La primera línea, como un puñetazo directo al hígado. El resto, describe las posibles consecuencias con frialdad. La culpa, como la depresión, están mal vistas por estos lares.

lunes, 14 de julio de 2008

Estación de servicio

Esto es una gasolinera, en la ciudad colombiana de Cúcuta. A doce kilómetros de la frontera con Venezuela. Aquí vienen los autos colombianos a comprar gasolina, y los venezolanos a venderla. En el lado socialista de la frontera, la pimpina de gasolina (bidón de 26 litros) cuesta 1,8 bolívares fuertes; en el colombiano, 5,2 bolívares fuertes. De ahí que nuestro encantandor taxista, colombiano pero con coche matriculado en San Cristóbal de Táchira (Venezuela), vaciase la mitad de su depósito en Cúcuta. Más tarde, de vuelta a Venezuela, lo rellenaría de nuevo. El trasiego es constante en el puente de Simón Bolívar, que conecta ambas naciones hermanas, según dejó escrito el mismo quien da nombre al puente. Como toda región fronteriza, los estados de Táchira (Venezuela) y Santander (Colombia), cuentan con un buen nivel de vida que es fruto de los problemas del otro lado. La escasez de leche se soluciona en los "Carrefour chévere" de Colombia, la ansia por el combustible en las bombas de gasolina de Venezuela. Y así sucesivamente. Desde San Cristóbal, una carretera sube serpenteante una de las colinas de la cordillera andina, mientras refresca la temperatura y el viento sopla por encima de la frontera. Hay una notable presencia de militares, y en las gasolineras largas colas de automóviles a la espera del turno, y el negocio. Apenas 40 kilómetros después, en el descenso hacia San Antonio, la última ciudad de Venezuela, el calor comienza a colarse por las ventanas del coche. El taxista es colombiano; el coche, venezolano; trabajó en Venezuela, y vive en Colombia. Ese es el algoritmo básico para comprender el problema que representa la frontera comercial más dinámica de Sudamérica.

Ante una parrilla variada, y unas cervezas "Águila", una intrépida amiga le pregunta por la guerrilla y el taxista agacha la cabeza, hablándole al cuello de la camisa y con los ojos del revés, nos dice que "no sabe de política". Que es lo mismo que decir que sabe demasiado. La frontera es zona de paramilitares, la guerrilla está lejos. En el coche habla con más facilidad. Las cervezas que nos vamos tomando (él al volante, mientras maneja a una mano) facilitan la desinhibición. Me pregunta si en España se puede conducir bebiendo. Le digo que, en teoría, no. Y él se ríe. "Pues yo una vez fui ciego, ciego desde Cúcuta a Caracas, y no me pasó nada, Dios me bendiga".

viernes, 11 de julio de 2008

Así

En "el Maní es Así" se escucha salsa religiosamente. Viene a ser el templo de la salsa caraqueña, y sus paredes están repletas de fotos de los grandes mísiticos de la fe salsera: Celia Cruz, Eddie Palmieri, Oscar D´León... Esta semana varias fiestas vienen a despedir al Maní: lo ha comprado, según una leyenda urbana, el presente alcalde mayor de la capital venezolana, Juan Barreto. Y como la paranoia y la exageración son dos rasgos clásicos de la cocina y la personalidad venezolana, todo el mundo se ha echado las manos a la cabeza y ha puesto el grito en el cielo porque el Maní, en manos oficialistas, no va a ser lo mismo. Yo creo que no, que será lo mismo, quizá con los colores rojos algo más marcados, el carmín más intenso. La música de la fiesta del miércoles fue sensacional, cinco horas en las que el escenario (y cuando no, los bafles/cornetas) escupía pura salsa, tambores desbocados de la costa caribeña, boleros en guitarra. Todo el mundo bailaba. Y los que bailaban luego cantaban, y los que cantaban luego bailaban. Incluso las copas, en un arrebato de economía imaginativa, eran negociadas a cada pedido, de modo que no siempre costaban lo mismo, ni contenían lo mismo. Acabamos cerrando el bar. Algunos borrachos dormían tranquilamente al ritmo de Blades, Cruz, Lavoe, Colón. Incluso un actor muy famoso de telenovela, e impecablemente vestido, se cayó varias veces sobre el carro en el que nos íbamos a casa debido a sus problemas de estabilidad. Fue todo un honor. Eran las 4 de la madrugada, justo detrás del Bulevar de Sabana Grande.

martes, 8 de julio de 2008

Misterio en la azotea

Así se veía, más o menos. Andaba tomando unas cervecitas en un piso doce, en la terraza de un amigo. Conversando por conversar. De repente, unas sombras en la azotea de mi antiguo edificio. Unas sombras que van y vienen. Nos frotamos los ojos, le damos otro sorbito a las "soleras light" y volvemos a ver las sombras: corriendo. La solución al enigma: están haciendo footing o jogging o trotting en la azotea. Una vuelta tras otra, como si fuesen superhéroes mantienendo el tono físico para su próxima hazaña. Apuramos las cervezas, siguen corriendo. Nos levantamos y aguzamos la vista. ¡Asombroso!, proclamamos. Correr alrededor del perímetro de la azotea del edifico. La primera vez en mi vida que lo veo, lo juro. Iba a decir que Caracas es sorprendente, pero es una obviedad. Me comentan que quizá se deba a los problemas de inseguridad de la capital venezolana. Me niego a aceptarlo, y me aferro a la teoría de los superhéroes. Casi diría que vi ondear sus capas al viento.

miércoles, 2 de julio de 2008

Stalin

"La vida te da sorpresas/ sorpresas te da la vida", cantaba Blades, ahora Ministro de Turismo de Panamá y peleado por los sucios dólares con el otro gran genio de la salsa, Willie Colón. También se puede decir eso de la revolución, incluso de la oposición. Aquí tenemos a Stalin González, otrora líder estudiantil en las manifestaciones por el NO al referéndum de diciembre de 2007. Ahora se postula a alcalde del municipio del Libertador, uno de los cinco que constituyen eso que llaman la Gran Caracas, por el partido Un Nuevo Tiempo. Recuerdo que en sus declaraciones declinaba toda relación con los partidos políticos y reivindicaba el carácter exclusivamente civil del movimiento estudiantil. Obviamente, sus padres no eran unos neoliberales financiados por Washington, y estamparon en el registro civil el nombre del insigne camarada soviético. Stalin viene de presidir la federación estudiantil de la Universidad Central de Venezuela. Cuando hablé con él aún le faltaban un par de asignaturas de la licenciatura de Derecho. Pero de mi conversación, se me quedó grabada una respuesta, la menos relacionada con la actualidad. Le pregunté fascinado por el nombre. Se rió con sencillez, y en tono amable, en el que se intuía una fina ironía me respondió que sí, que sus padres eran de Bandera Roja, pero que peor aún había sido para su hermana, que recibió como nombre: Engels. Inmediatamente, surgió una imagen en mi cabeza: la madre de ambos gritando a los dos a la mesa: ¡Stalin, Engels, a cenar!

martes, 1 de julio de 2008

Nueve milímetros

El motorizado del trabajo, un tipo orondo y que sólo habla para contar un chiste o una tragedia (que viene a ser lo mismo), me saluda con un cafecito y una elegante alzada del mentón. Mientras departimos en silencio, me muestra una cadenita que lleva colgada al cuello. "Mira, amigo Alfonso, el regalito que me hicieron el otro día, en Catia. Una bala de nueve milímetros, que me cayó llovida al hombro. Si me cae en la cabeza me la parte en dos. No lo cuento. Estaba tomando una cervecita con un pana, tras la cena, cuando noto el quemazón en el hombro. Me dejó tonto todo el brazo, como muñeco roto llegué a la clínica. No escuchamos nada, ni disparo ni nada. Y porque cayó en músculo y yo soy prieto. Una bala loca que rompió el techo". Y se santigua, mientras apura a pequeños sorbos el guayoyo. Luego me baja en moticicleta hasta el metro de Plaza Venezuela. Una Vespa mil veces remendada, color verde botella y que parece de juguete bajo su inmensa figura redonda. Buen piloto, y mejor narrador. Lleva colgada al cuello la bala de 9 milímetros que le sacaron, junto a la Virgen de Coromoto, para que le proteja. "Feo, muy feo", musita mientras se cala el casco.