martes, 31 de marzo de 2009

Verduras al volante

"Pana, no te voy a recibir dinero por darte la cola", me dijo el conductor con una cervecita fresca en la mano. "Si quieres, cuando se acaben las cervezas, paramos en Catia la Mar, y compramos otra caja para llegar hasta Caracas", agregó. Tenía bigote, una camisa sin mangas y los ojos enrojecidos por el trabajo y el trasiego de cervezas. Llevaba una camioneta cargada de frutas y verduras que vendía desde las 7 de la mañana por todo el litoral central de Venezuela. A nosotros nos agarró en Chichiriviche de la Costa, donde fuimos a bucear. A la tarde tras degustar un pez espada, nos fuimos a aguardar por un jeep que nunca llegó. Así que pregunté a la camioneta de los verduleros. Y, claro, nos dijeron que sí. Nos subimos en la parte de atrás de la camioneta que estaba repleta de cajas de fruta vacías: sandías (que aquí son oblongas y se llaman patilla), patatas, parchitas, tomates... habían vendido casi toda la mercancía. Arriba iban el sobrino de 9 años de uno de los fruteros, el heladero (aquí la principal marca de helados se llama Efe) que también estaba aprovechando en viaje y uno de los fruteros que se dedicaba a brindar una cerveza tras otra. Nos subimos y nos agarramos al techo de la camioneta.

A medio camino, se baja el que iba al volante con un rollo de papel higiénico. "Me voy a un cuarto de baño que conozco yo", nos espeta. Y se mete entre los árboles por un sendero diminuto e invisible. A los cinco minutos, sin papel pero con sonrisa, regresa. "Una cerveza", nos pide. Y arranca. Poco después, se para todo el coro de verduleros a mear en plena curva. El camino entre Chichiriviche y Catia La Mar está repleto de huecos del tamaño de un renault Clio, apenas está asfaltado y en 20 kilómetros no hay una casa, un chiringuito, un puesto de policía: no hay nada, sólo árboles, calor y piedras. En medio de la nada, un carro volteado, calcinado y al que le habían quitado los cauchos. Un símbolo del absurdo del desierto costero. Con una cerveza en la mano, (abierta al modo que ilustra la foto), me dio por dedicarles unos segundos de reflexión al conductor del carro volteado. Al poco, decidí dejar de pensar en él. Mejor así, santa ignorancia. Más cervezas. Parada obligatoria para una nueva caja. 72 cervezas entre 7 personas. Ya en la autopista que sube a Caracas un viaje en plan videojuego. El zigzag como estilo de vida. Nos dejaron en el metro Gato Negro. Pleno barrio de Catia, oeste caraqueño. Precio del viaje: una caja de cervezas: 50 bolívares fuertes (8 euros). Conclusión: ya sabemos cómo llegar de Chichiriviche a Caracas a bordo de un bar con olopr a verduras. Preguntar por Pablo, el verdulero. "Así todos los sábados, panita".

martes, 24 de marzo de 2009

Magglio

Magglio Ordóñez es el puto amo. Campeón de bateo en las Grandes Ligas de Estados Unidos, con un promedio de bateo de .363 y 28 jonrones. Ganó a Ichiro Suzuki, el torpedero japonés que ayer dio el hit definitivo para convertir a Japón en campeón del mundial de béisbol por segunda vez. La final fue asiática: Corea-Japón, quienes eliminaron respectivamente a Venezuela y a Estados Unidos.

Durante el campeonato, Magglio, quien nunca ha ocultado su proximidad a la revolución, fue abucheado en Miami por seguidores venezolanos que le increparon duramente por su vinculación roja-rojita. Magglio Ordóñez es el puto amo, repito. En seguida, el presidente venezolano salió en su apoyo y calificó a los críticos del bateador de "disociados mayameros". Magglio reiteró su compromiso con la revolución desde Detroit donde juega con los Tigres de la ciudad del automóvil. Tiene un contrato de 5 años, desde 2005, por 85 millones de dólares. Magglio (que es el puto amo, repito, porque ganó a palos a Suzuki a quien nadie gana a palos) no hizo nada durante la serie Mundial. Metía miedo, que no es poco, pero apenas bateó.

Cuando Venezuela derrotó a EEUU 5-3 en la fase preliminar el oficialismo retomó el ya clásico lema de la guerra de las galaxias y la lucha contra el imperio. "Les caímos a palos", decían con una sonrisa de dientes brillantes. En la semifinal, contra Corea, los asiáticos ganaron 10-2 a Venezuela. Como reflejos especulares, Fidel (Cuba había perdido con Japón en el pase a semifinales) y Chávez dijeron , tras sus respectivas derrotas, que el Mundial estaba manipulado por los yankees, quienes por su parte cayeron en semifinales ante Japón. Creo que llegaron a hablar de la CIA. Hay imágenes de la noche anterior de la semifinal en Los Angeles en la que se ve a jugadores de la selección venezolana cantando, bailando y bebiendo salsa. Una buena rumba. A Magglio no se le ve, da igual. Magglio sigue siendo el puto amo.

domingo, 22 de marzo de 2009

Las emociones de la economía

Sobre el etéreo e invisible mundo del mercado paralelo de divisas en Venezuela se ha escrito en abundancia. Todos los días hay un torrente de información, de la que la mayor parte es puro ruido. Sin ruido no hay beneficio. Durante la semana el presidente anunció que el sábado daría a conocer las "medidas anticrisis". "Una crisis que hasta ahora no nos ha tocado un pelo", dijo. Las especulaciones ocuparon los titulares. La devaluación del bolívar y el aumento del precio de la gasolina son los grandes símbolos. Ambos quedaron descartados. Tajante y revolucionariamente. El viernes hablar con alguno de los cambistas habituales era un ejercicio de superchería. Tres respuestas de lo que se conoce como economía emocional:

1)"Se nos hace difícil operar con tanta incertidumbre y lo mas recomendable es esperar hasta tener una mejor idea de las reacciones que se vayan generando tras el anuncio."

2)"Estamos en presencia de un mercado altamente inestable; dificilmente se puede trabajar de esta manera ante tanto nerviosismo."

3)"No debe haber cambista que no haya recibido una gran cantidad de llamadas esta mañana para saber si iba a trabajar; nosotros no pensamos abrir operaciones. Es demasiado riesgoso."

El diferencial cambiario entre el dólar oficial y el paralelo era el viernes de 189 por ciento, aunque nadie quería trabajar. En ese espacio es en el que vivimos todos aquí. Ese espacio es la metereología del "socialismo del siglo XXI".

lunes, 16 de marzo de 2009

Lo difícil es regresar

Salir de Chirimena en peñero con dirección a una playa como ésta no es difícil. Lo difícil es llegar a Chirimena, a 120 kilómetros al este de Caracas, en un Volkswagen escarabajo de 1973 al que le han operado a corazón abierto una decena de veces. Que es mi caso. Y, sin embargo, llegamos y, sobre todo, volvimos a Caracas. Me gasté 2 bolívares fuertes en la gasolina, 20 en el estacionamiento vigilado, 25 en el peñero, 50 en el pescado frito y las cervezas (total: doce euros).

El Volkswagen ha vuelto a la vida pero como siempre, a su manera, que es un modo muy peculiar de restarle seriedad a la mía. El viernes por la noche, tras una noche de salsa, el carro decidió que el vidrio de la ventanilla del piloto no podía subirse, y que la manivela sólo funcionaba para abajo. Esto no está mal de por sí en un país caribeño, está mal en un país caribeño en el que aparcas el carro por las noches frente a tu edificio sin más seguridad que las ganas (las no ganas) del vigilante de turno de echarle un ojo. Se lo comenté al nuevo ( últimanente siempre hay uno nuevo, lo cual no me deja de levantar sospechas), y me dijo que él a las 11 se recoge al interior del edificio, y que desde entonces su política es el encogimiento de hombros y el mirar para otro lado. Me lo explicó con tal dominio de la dramaturgia que apenas utilizó un gruñido y una palabra inteligible. Un tío cabal, me dije.

Pues bien, la ida fue sencilla, y la brisa me despeinaba alegremente mientras mirábamos al cielo jugando a la metereología recreativa. Sólo me equivoqué de camino dos veces.

La vuelta fue ligeramente más controvertida. Salimos tarde, ya cayendo la noche. Lo que significaba utilizar las luces, unas luces que en modo "cortas" no son tales y en modo "largas" son poquito más que "cortas". Además, el carro anda medio tuerto: con lo que se nos veía más del lado izquierdo que del derecho, sin connotaciones políticas. A medio camino, comenzó a llover con una intensidad que parecía el berrinche de un bebé en medio de la noche eterna de los tiempos. Se veía poco, y con mi carro, menos. No hay que olvidar el detalle de que el vidrio de copiloto "sólo podía bajarse", y ya se encontraba más abajo de la mitad de su recorrido. En los arcenes, los habituales adelantamientos por la derecha, y las ristras de carros aparcados y/o accidentados de los que salían conductores con la cerveza agarrada como un salvavidas para aliviar sus riñones. Mi amigo es de Canterbury, y su novia dormía placenteramente atrás. Explica a un inglés la razón por la que todos los conductores llevan una (o dos) cervezas en la mano cuando bajan de un carro en plena autovía. Paró de llover, y volvimos a ver la estela de la carretera. Después hubo un atasco, el mayor peligro de mi carro: en los atascos se recalienta en exceso y eso le lleva habitualmente a deslizarse hacia la somnolencia mecánica. No lo hizo. Quizá por respeto a mi amigo de Canterbury, que cantaba a mi lado canciones de los Smiths (la radio de mi carro ya no va) para, supongo, tranquilizarse, y tranquilizarnos. Al carro parece que le gusta el pop inglés.

Lo puedo jurar, el primer sorprendido fui yo mismo. Hasta le pegué una cariñosa patada en uno de los frontales donde tiene un reciente y ligero choque. Pero ésa, como dicen los buenos echadores de cuentos, ésa ya es otra historia...

martes, 10 de marzo de 2009

Política estomacal

Pasen y vean, el show acaba de comenzar...

miércoles, 4 de marzo de 2009

Las tonterías poéticas de la naturaleza

Dice el gran Julio Camba, anarquista y gallego y periodista y gastrónomo que murió en una suite del Ritz de Madrid en (1882-1962), a quien últimamente leo a menudo en mis idas y venidas en el metro de Caracas:

"Están bien los lagos, pero hay que guardarse de describirlos. En literatura producen un resultado funesto. ¡Cuidado que es difícil admirar a la Naturaleza sin decir tonterías, sobre todo cuando se trata de una naturaleza poética! Se puede ser original en la mesa de un café, en una reunión de amigos, ante los acontecimientos ridículos de la vida diaria , pero no hay manera de adoptar una postura original frente a montañas de 3.000 metros. Frente a estas montañas o se calla uno o dice tonterías".

Y dice bien.

martes, 3 de marzo de 2009

Cuestión de clases


Ir al fútbol en Caracas es (casi) como ir al béisbol en España. (Hay, sin embargo, también liga española de béisbol, para los incrédulos). Y es como un viaje al pasado, a la arqueología de lo que eran los estadios de fútbol en España en los 80 y primeros 90: bengalas, canciones insultantemente divertidas, humor negro, alcohol por doquier, fuego y hogueras, papel higiénico, aerosoles que parecen lanzallamas, consiganas políticamente incorrectas que sonrojarían a cualquier concejal socialdemócrata, y un largo etcétera.
Y luego, abajo, en el césped (en la grama, que dicen aquí) un balón y 23 hombres en calzones (contando al árbitro). Fui a ver un pertido de la Copa Libertadores: Caracas contra Lanús de Argentina. Ganó Caracas 3-1. La policía, rodeando el campo, con todo el disfraz antidisturbios y un sable en la mano. Sí, un sable. Aforo 20.000 espectadores, entrada el día del partido 8.000. La mayor entrada que se recuerda en Caracas. Al lado, el estadio de béisbol, donde los días de jonrón, se llena hasta la bandera. Cuestión de clases.