viernes, 19 de junio de 2009

El cantante



(Me voy de vacaciones un mes a España. Les dejo un regalo)

Héctor Lavoe se tiró dos veces por la ventana de un edificio. La primera a causa de un incendio. La segunda tratando de suicidarse. No murió en ninguna de esas ocasiones. Falleció, no obstante, en junio de 1993 en un hospital de Nueva York. Es el más grande cantante de la salsa de todos los tiempos. Sus restos finalmente fueron trasladados a Ponce, Puerto Rico, dónde había nacido. La isla entera se reunió para despedirle. ¡Héctor! Todavía la gente se arrodilla ante sus discos. Y con razón.

Esta canción la compuso el panameño Rubén Blades, ahora ministro de Turismo del istmo, para Héctor Lavoe. Pero sólo la canta como se debe Héctor. Y lo dice todo bien clarito. Escuchen y lean:

Yo, soy el cantante
que hoy han venido a escuchar
lo mejor del repertorio
a ustedes voy a brindar.

Y canto a la vida
de risas y penas
de momentos malos
y de cosas buenas.

Vinieron a divertirse
y pagaron en la puerta
no hay tiempo para tristeza
vamos cantante comienza.

Me paran siempre en la calle
mucha gente que comenta
¡Oye Hector ah! tu estas hecho
simpre con hembras y en fiestas.

Y nadie pregunta
si sufro si lloro
si tengo una pena
que hiere muy hondo.

Yo soy el Cantante
porque lo mío es cantar
y el público paga
para poderme escuchar.

Yo, soy el cantante
muy popular donde quiera;
pero cuando el show se acaba
soy otro humano cualquiera.

Y sigo mi vida
con risas y penas
con ratos amargos
y con cosas buenas.

Yo soy el cantante
y mi negocio es cantar
y a los que me siguen
mi canción voy a brindar.

Coro:
Hoy te dedico mis mejores pregones...

lunes, 15 de junio de 2009

El peculiar tiempo de Cepe

Esta es la calle principal de Cepe, vista desde el eje sur-norte. Está a dos kilómetros y medio de la playa. A Cepe sólo se puede llegar en peñero (barca) desde Choroní (tres horas al oeste de Caracas); en el pueblo se dedican al cacao, a la pesca y al turismo. No obstante, tampoco le dedican mucho esfuerzo a ninguna de estas tres ocupaciones. Lo que les gusta de verdad es jugar a las bolas criollas, una especie de petanca cuya diferencia principal con su vertiente europea es que sólo se permite lanzar si en la otra mano el jugador sostiene una lata de cerveza. Hay calor y mosquitos, como parte básica de las atracciones turísticas. Y pescado frito y tostones (plátanos fritos). No hay, sin embargo, cobertura teléfonica. Lógicamente, su medida del tiempo es algo más arbitraria que la mía. Y eso que yo no llevo reloj. Ejemplo de conversación, entre el que tipo que me va a alquilar el equipo de buceo y la bombona, y un servidor:

- ¿A cuánto está el pueblo, chamo?-. (yo)
- A media hora a pie-. (él)
- Chévere, ¿y a qué hora tenemos que estar aquí para recoger el equipo y los tanques?-. (yo)
- A las diez y media-. (él)
- ¿Y qué hora es ahora? -. (yo)
- ¿Ahora?- mira el reloj- las nueve y veinticinco-. (él)
- Dale, pues. O sea que si voy al pueblo y vuelvo, me da tiempo a estar de regreso para recoger los tanques a las diez y media-. (yo)
- Eh- dedica unos segundos al cálculo- No. No le da tiempo-. (él, totalmente convencido).
- ¿Cómo que no? Si me dice que se tarda media hora a pie hasta el pueblo. Y son las nueve y veinticinco. En una hora, a las diez y media, podría estar aquí de regreso-. (yo, en plan matemático).
- ¡Ah, cierto! Eso es correcto-. (él, totalmente sorprendido).
- Ok. Quedamos a las diez y media aquí, pues -. (yo)
- Seguro-. (él)

A un cuarto de hora para las once, en el puesto de buceo, no hay nadie. Obvio. No hay pedo, como se dice. (Lamentablemente, antes de bucear no se puede beber cerveza; después, sí. Cosas relacionadas con el nitrógeno y las atmósferas de presión bajo el agua). Miramos, pues, a la gente tomar cervezas. Llega a las once y veinte. De pinga. Agarramos los equipos, vamos al peñero: nos dice dónde vamos a hacer la inmersión con el dedo índice. Roberto, experto buzo del norte de Madrid que siempre me desatasca cuando me enredo, se percata de que su equipo no tiene profundímetro. No hay pedo. Miramos mi equipo. Sí tiene, aunque está ligeramente inundado de agua. No hay problema. Nos zambullimos. Hay medusas, un gran mero, pargos, doradas, peces trompetas y unos de lunares negros que me recuerdan los trajes de sevillanas de la feria de abril en Andalucía. A los quince minutos de inmersión, Roberto me consulta la profundidad. Roberto es más disciplinado y más experimentado que yo. Le explico, por señas, que se olvide. Lleva marcando diez pies desde que comenzamos la inmersión. Hago el gesto universal de aparato roto y suelto una interjeción grosera que se convierte en divertidas burbujas de oxígeno. Nos reímos tras la máscaras. Miramos hacia la superficie. A ojo, quince metros. Cuando regresamos al peñero le explico al chamo que el profundímetro lleva indicando diez pies durante toda la inmersión. Incluso ahora, sentados en el peñero, marca diez pies.

Lo mira incrédulo. Se ríe. Nos reímos.

De los tres, sólo él tiene reloj.

martes, 9 de junio de 2009

Risas de oposición

En vez de un casero, como es habitual, tenemos dos. Dos hermanos, de familia italiana. No se puede decir que sean "afectos al oficialismo", como suelen narrar los cables de las agencias de noticias. Uno es más alto que el otro. Uno trabaja en una empresa que sirve a la petrolera estatal Pdvsa; el otro tiene una fotocopiadora/papelería debajo de casa. Cuando tienen ganas de hablar, se suelen pasar por casa. Así, con el desparpajo de una amistad que no es tal: de hecho, muchas veces esa amistad no es más que el disfraz de venimos-por-el-cheque-mensual. No obstante, no hay problema. Nosotros pagamos cuando queremos, y ese retraso es casi otro gesto de esa amistad tan desinteresada. Nos llevamos bien, pues.

El otro día hicieron una de esas visitas súbitas. La excusa: venimos a ver cómo están las obras de la casa. La casa ya no está en obras, sólo quedan escombros a modo de instalación digna de cualquier feria de arte contemporáneo. Subieron. Coincidió que yo llevaba puesta una franela roja-rojita de esas de la "revolución alegre". Es bonita y cómoda. Las regalan a espuertas en los mítines oficialistas. Tiene una gran V blanca de "venceremos" sobre un fondo rojo sangre. Primero mostraron sorpresa, después risa nerviosa.

"¿No bajarás a la calle con esa franela? Jajajajajajaja. Los vecinos se volverían locos, arrechos. Este no es un barrio rojo-rojito. Jajajajajajaja. ¿No tendrás una para regalarme, y caerle a bromas a los huevones esos de la revolución? Jajajajajajaja", y así sucesivamente hasta que, finalmente, tras departir sobre los divino y lo terreno, concluyeron con el ya clásico: "Yo me quiero ir de esta mierda de país".

Yo les bajé a acompañar en el ascensor para abrirles la puerta de la entrada. Durante todo el viaje en ascensor, los siete pisos, no pararon de reírse como niños pequeños ante un chiste irresistible. El chiste era yo, claro, con la franela roja. "Es para cagarse de risa", decían, quitándose las gafas repletas de lágrimas que salían a borbotones como si sus lacrimales fuesen aspersores. Volví a subir mirándome al espejo con cara de perplejidad.

Me hacen falta unas vacaciones, pensé.

viernes, 5 de junio de 2009

Viaje de novios

Así se viaja desde el oriente colombiano, Cúcuta, famoso por sus exquistas falsificaciones y agilidad en el manejo de las divisas (peso, bolívar, dólar, euro), hasta la Gran Sabana, en el sureste venezolano, casi en Brasil, de donde es la foto. En una inmensa churrasquería brasilera donde se han detenido a devorar carne de todos los tipos, estilos y cortes, en Pacaraima. Me compré unas zapatillas marca Skull, azules oscuras.

Un bonito viaje de novios a lomos de un amor bien gordo.

martes, 2 de junio de 2009

Tecnología de los milagros


"A efectos prácticos, la situación del cajero del supermercado ejemplifica la norma humana de finales de siglo XX: la realización de milagros con una tecnología científica de vanguardia que no necesitamos comprender o modificar, aunque sepamos o creamos saber cómo funciona. Alguien los hará o lo ha hecho ya por nosotros. Porque, aun cuando nos creamos unos expertos en un campo u otro, es decir, la clase de persona que podría hacer funcionar un aparato concreto estropeado , que podría diseñarlo o construirlo, enfrentados a la mayor parte de los otros productos científicos y tecnológicos somos unos neófitos ignorantes. Y aunque no lo seamos, nuestro compresión de lo que hace que una cosa funcione, y de los principios en los que se sustenta, son conocimientos de escasa utilidad, como lo son los procesos técnicos de fabricación de las barajas de para el jugador ( honrado) de póker. Los aparatos de fax han sido diseñados para que los utilicen personas que no tienen la más remota idea de por qué una máquina reproduce en Londres un texto emitido en Los Ángeles. Y no funcionan mejor cuando los manejan profesores de electrónica".


(Historia del siglo XX 1914-1991, de Eric Hobsbawn. Capítulo 18. Brujos y aprendices: las ciencias naturales, p. 522. Ed. Crítica, Barcelona, 1995).