sábado, 30 de junio de 2007

Marilin

Apuesto a que a Marilin no le hace pizca de gracia el anuncio pintado en la pared. "Marilin la ninfómana del km. 7", hay maldad en la muñeca del escritor que anota con caligrafía inquietante. Era el camino hacia el Junquito, una de las lomas al oeste de Caracas. Todos los muros y paredes de Venezuela son utilizados como lienzo. La gran mayoría están dedicados a alabar las proezas del proceso revolucionario y glosar las bondades del líder, y sus grandes referentes históricos. Lógicamente, también aparece el enemigo frontal: el imperialismo, que aparece reflejado en forma de ratas, serpientes o magnates tocados con un sombrero repleto de barras y estrellas. La mitología propia de la revolución es simple y clara, como un donut. Un círculo, y dentro, otro círculo. No hay matices, ni zonas umbrosas. Hay azúcar. Cada cosa en su sitio, y cada sitio con su cosa. Algunos son realmente hermosos. Sin embargo, tras el didactismo popular que inunda las paredes de Venezuela es normal que acaben emergiendo voces que claman en el desierto, reivindicando vidas individuales y minúsculas, escupiendo en el rostro de las vidas ejemplares que hacen a su medida unos y otros, los mismos de arriba. Por eso, desde aquí, un saludo al anónimo escritor, y a su admirada Marilin. En el kilómetro 7 de la carretera de El Junquito, que serpentea entre casas a medio hacer, a medio caer, con sus techos de uralita y sus postes de luces atiborrados de empalmes gratuitos que iluminan y mantienen encendidos los televisores de la comunidad. La próxima vez, en el km. 7, preguntaré por ella: por Marilin.

jueves, 28 de junio de 2007

Época de lluvias

La paleta de verdes alcanza en los Llanos, en época de lluvias, el paroxismo. Múltiples matices caben en el pincel: verde óxido, verde viejo, verde botella llena, verde alucinado, verde mate, verde soleado, verde agua, verde botella vacía, verde arcoiris, verde mojado, incluso verde ciego. Cuando llegan las lluvias (y llegan todos los días), el cielo se deshace sobre la tierra en forma de gotas de lluvia del tamaño de una pelota de golf. Por cierto, olvidaba un verde, el verde golf. Todo se oscurece, y el olor de la tierra inunda el ambiente. Son trombas de agua descomuncales, diluvios bíblicos sin Noé (ni su arca) a la vista. Al despejar (y despeja todos los días), la tierra parece agitarse con los primeros rayos del sol, los pies notan el temblor del suelo que se despereza. El calor, entonces, irrumpe sin contemplaciones, como una pedrada en la cara. Y es ahí cuando a uno, cobijado bajo cualquier sombra, se lo comienza a poner cara de iguana. Tal que así.

miércoles, 27 de junio de 2007

El silencio de la guacamaya

La guacamaya somnolienta veía pasar la tarde a la sombra, como todos. Hablaba poco y no podía volar, por una vieja lesión de juventud, según nos comentó Brito, el hijo de Ramón. Pero sí que podía picar, y no le gustaba un pelo que le tocasen la coronilla, algo que los niños no dejaban de hacer. Se llamaba Rosa, creo, y jamás salía del hato (granja), donde estábamos alojados, a una hora de Mantecal.

El viaje desde Caracas (10 horas) en autobús fue a lomos de un destartalado ejemplar que había roto sus amortiguadores, de modo que cada bache o agujero (y hay unos cuantos hasta el estado Apure) lanzaba a los aires a los pasajeros que, medio dormidos pues el viaje era nocturno, se despertaban con sus posaderas en vuelo. Sorprendente y angustioso, porque la sensación de velocidad era mucho mayor de la real. La gente gritaba, desde el final del autobús: "¡¡Chamo, pare la yegua!!". Ni caso.

Al día siguiente, nos fuimos a cabalgar. Mi caballo se llamaba "malandro" (ladrón), y el cabrón espero a que me soltase en las llanuras a correr, para frenar en seco, girar la cabeza hacia un lado y conseguir, sin apenas esfuerzo, que un servidor volase por los aires. Rodé y caí. ¡Crash! El caballo me miró a los ojos con ironía, y las carcajadas bailaban en sus pupilas. Íbamos cuatro en la expedición, y los cuatros acabamos por los suelos. Jinetes del futuro, sobre caballos malandros.

lunes, 25 de junio de 2007

Instantánea para una biografía aventurera

Ahí está, una anaconda en todo su esplendor. Olía a mierda, literalmente. Y pesaba un quintal. Claro, aquí andamos Eneas y yo (Jaime está tras la cámara) en la zona trasera por aquello del respeto y el cuidado a uno mismo. "Estamos en la casa de las serpientes", nos dijo nuestro guía, Ramón. Un llanero de esos de barriga prominente y sin los dos dientes centrales de tanto mascar no sé qué. La vimos al comienzo de la tarde, pero hasta los llaneros se asustaron de lo grande que era. "No, chamo, es demasiado grande". A las dos horas, volvimos y Ramón hizo la pregunta fantástica. "¿Volvemos por la anaconda, se atreven?". Yo respondí algo no muy parecido a un sí. Y nos fuimos, o me llevaron. Brito, el niño, la miraba como quien mira un croissant. Primero tuvimos que obligarla a moverse para que se desenroscase. Luego, el hijo de Ramón (quien la sostiene por la cabeza), la atrapó sin más ayuda que la de un palo. "Cojones como campanos", dirían en la tierra de Boves y la mía. Y ahí parado, a aguantar posando para la foto aventurera. La anaconda se enrosca con una fuerza asombrosa y las contracciones de su cuerpo impresionan por su descomunal potencia. Hubo dos intentos. El primero acabó con nosotros corriendo para un lado, y la anaconda enroscándose sobre el palo del hijo de Ramón. "En cuanto se enrosca hay que soltarla, lejos del agua. En el agua la anaconda puede contigo, en tierra puedes con ella". A la segunda lo conseguimos. No es inusual que las anacondas se coman enteros venados, reses, chigüires (roedores del tamaño de un perro que habitan los llanos venezolanos) y... claro está, ¡llaneros!

miércoles, 20 de junio de 2007

Reptiles y anillos

Esto es la cabeza de una anaconda joven, y el anillo de un joven venezolano, natural de Guarenas, una de las ciudades que rodean Caracas conformando el anillo metropolitano y sobrepoblado de la capital venezolana. Nadie sabe exactamente cuante gente vive en Caracas. No existe censo, y los barrios de los cerros carecen de los servicios básicos, por lo que es imposible calcular la población. Se calcula que, a ojo de buen cubero, que en Caracas viven alrededor de 7 millones de personas. Yo casi diría que hay más, pero a partir del millón cualquier ser humano en sus cabales pierde la perspectiva numérica.

Hoy a la tarde salgo rumbo a los Llanos Occidentales venezolanos. Destino Mantecal, en el estado Apure: diez horas al sur de Caracas, en autobús. Allí esperamos encontrarnos con las hermanas mayores de la anaconda de la foto, ahora que ha comenzado la época de lluvias, debe haberlas del tamaño de un tronco de roble. Por cierto, su mordedura no mata, lo que mata es el abrazo letal al que somete a sus víctimas.

martes, 19 de junio de 2007

Verde oliva

Los milicos andan por doquier. Es una revolución verde oliva. El ministro de alimentación aparece en rueda de prensa vestido de campaña, con la boina calada, para explicar al pueblo que él se encargará de organizar el reparto de alimentos. Sin inmutarse. Los soldados, encargados de coordinar la política sanitaria, la industrial. Son buena gente: aplicados y disciplinados. Dos de las principales virtudes valoradas por los venezolanos. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Todo el mundo asume la necesidad de rigor. Durante 40 años aquí vieron como los dineros públicos desaparecían en sacos rotos, rotos siempre por los mismos. La explicación es clara. Y totalmente comprensible. Pero a mí, qué quieren que les diga, no me gusta ni un pelo ver a un milico como ministro. Son gente acostumbrada a solucionar los problemas a tiros o con el calabozo. Disculpen la intromisión.

domingo, 17 de junio de 2007

Feminismo en lata

Así funcionan los supermercados venezolanos, en su sección de licores. La publicidad es asombrosamente impúdica y explícita. Para anunciar cualquier cosa: dentífrico, bolígrafos, carros o un sombrero: tetas. Tetas y desnudos. Es una cerveza brasileira. Si afinan la mirada, verán el precio. 900 bolívares por lata. Unos 0,20 euros (mercado paralelo), 0, 50 (mercado oficial). Las cervezas y la gasolina, lo he dicho más de una vez, son más baratas que el agua.

Hoy me tomé casi un litro de jugo de parchita, leyendo la prensa criolla en la mañana. Y es que aquí, la vida se expresa en los múltiples jugos y productos que habitan en las fruterías: verdaderos museos, en los que no aparecen los odiosos puntitos rojos de compra artística. Arte que se consume en veinte minutos y que recuerda, en el primer impacto en el paladar, a Velázquez pintando en las cocinas de aquel hermoso y lejano siglo XVII. ¡Gloriosa fruta tropical!

viernes, 15 de junio de 2007

El imperio

Desde el coche, en Venezuela, el imperio se ve así. Era camino de El Junquito, camino del valle de los alemanes venezolanos. Hay grandes rotulistas entre los revolucionarios, e inundan las paredes de las calles de dibujos y murales: siempre directos, sin ambagages. Tal Cual. La revolución no admite dobles lecturas, es una carretera de una dirección en la que el tráfico siempre es el mismo. Lo evidente estalla en los murales, con mayúsculas.

miércoles, 13 de junio de 2007

El regreso del caniche

Ahí sigue, fiel y leal a la causa, el caniche chavista: rosa rosita. Me lo encontré en la manifestació hace un par de semanas. Un sábado, a media mañana. Apenas ladra, pero tiene una mirada que denota un cierto cansancio, una fatiga indefinida. Siempre va en brazos de su ama, la responsable del tinte. Es uno de esos perros a los que sus congéneres calificarían de pequeño-burgueses: no camina, vive entre los pechos abultados de su propietaria. Sube, baja, cambia de hombro, de pecho. Pero jamás camina.

Seguí a la extraña pareja un buen rato, mirando fijamente a los ojos del caniche, buscando algo en su mirada. Silencio perruno, ni siquiera un ladrido. En un momento de desesperación, llegué a pensar que se trataba de un muñeco de trapo. Al poco, se movió. Apenas unos centímetros, pero se movió. El caniche chavista está vivo.

martes, 12 de junio de 2007

Diablos danzantes

En San Francisco de Yare, hace trescientos años, tuvo lugar una terrible sequía que amenzó con devastar las plantaciones de los valles del Tuy, al sur de Caracas. Como se solía hacer en la época (y ahora también), la gente del pueblo optó por ir a misa, y pedir que intercediese el santísimo padre, o alguno de sus celestiales lugartenientes. Los trabajadores de las plantaciones, casi todos negros e indígenas que laboraban en condiciones de esclavitud para los blancos criollos, acudieron a las puertas del templo. El hambre acechaba. Al finalizar la eucaristía, un día del Corpus Christi, el cielo se estremeció en un tremendo aguacero. Los esclavos estallaron de júbilo y se pusieron a bailar alborozados bajo la lluvia. Los orondos hacendados, al ver el frenético baile, exclamaron: "Estos negros bailan como diablos". Y ahí comenzó la fiesta de los Diablos Danzantes de Yare.

Posterior y sibilinamente, la Iglesia se apropió la tradición, y lo escenificó de manera que los diablos paganos se postrasen ante el poder universal de Dios Padre, un diálogo entre el pagano salvaje y el buen cristiano. Ahora recorren todo el pueblo alrededor del Santísimo Sacramento bailando alocadas danzas al ritmo de tambores y maracas. En medio, inmutable, el sacerdote. Alrededor, policías y soldados. Porque, claro, la fiesta degenera en un baño de alcohol y desvaríos. Y es impresionante contemplar a la marea roja (el color no tiene nada que ver con el cromatismo de la revolución) deambular febril por las calles de casas bajas en las que se agolpan los fieles (cerveza o ron en mano). El calor es asfixiante, y los diablos, empapados en sudor, agitan las hermosas máscaras como posesos.

Para finalizar: cuentan los cronistas del lugar, que las máscaras provienen del miedo de los esclavos a ser reconocidos por sus amos, durante el endiablado trance. No vaya a ser que les pasasen la factura a la vuelta a la vuelta a la hacienda. ¡Mosca con lo que haces, esclavo!

lunes, 11 de junio de 2007

Colonia Tovar

Colonia Tovar es un lugar extraño. De ahí la afluencia de turistas. Está a hora y media de Caracas, en unos valles montañosos que recuerdan a Europa del norte. Verde, niebla y lluvia. En 1843 llegaron a Venezuela en barco, un grupo de sesenta alemanes y 17 franceses católicos, para fundar una ciudad nueva. Les escogieron porque la zona se asemejaba a la región germana de Baden Baden. A los nuevos colonos los seleccionaron por sus profesiones: agricultores, médicos, granjeros, herreros, constructores... Todo idea de un geógrafo italiano, Agustín Codazzi, que tuvo una vida de esas de la época: de batalla en batalla y de continente en continente. Murió en una isla del Pacífico, frente a Colombia, se había hecho corsario.

En Colonia Tovar uno ve a alemanes, con rasgos y expresión teutona hablar un castellano venezonalizado. Hasta comienzos del siglo XX, apenas se relacionaban con nadie, y se mezclaban entre ellos con el consiguiente desmejoramiento genético (así lo narran los cronistas). Poco después comenzaron a descubrir los encantos de la población criolla y ahora la gente se llama "pérez jansen" o "wuwenthäll luna". Son rubios, tienen los ojos claros y visten como en las fábulas de los hermanos Grimm. Su comida típica, las salchichas. Su bebida, la excelente y tostada: Cerveza Tovar. Y cuentan con exquisitos productos que no se encuentran en otros lugares de Venezuela debido a las especiales condiciones climáticas: melocotones, fresas, miel, mermeladas. Hace frío, algo que se agradece, en un país de verano eterno.

En el centro del pueblo hay un cartel que indica las direcciones: hacia un lado, calle Bolívar; hacia el otro, calle Hensen. Y ahí siguen, casi detenidos en el tiempo, en plena encrucijada cultural, los venezolanos de Baden Baden, en medio de la selva negra criolla.

viernes, 8 de junio de 2007

Postales

Ahí están. Aguardando. Mientras la vida, y los carros, transcurren, y discurren, frente a ellos: la Guardia Nacional. No tengo muy claro a quienes esperaban, porque no había manifestaciones a la vista. Quizá fuese un simple despliegue militar, disuasorio. Cerca de la avenida Bolívar, en el centro de Caracas. Las manifestaciones se han calmado, y ahora se trata de cruces de declaraciones. El socialismo mediático: el gobierno del comandante ya ha entendido la necesidad de dar cancha a los opositores para que se desacrediten por su ingenuidad, y no enceder la mecha. Pero han tardado tiempo, bastante tiempo: es lo que tiene seguir patrones de los años 50 (el discurso de la guerra fría es copiado punto por punto en esta revolución tropical).

La metáfora de la mecha. Chávez habla sin parar y en cadena, es decir, retransmisión obligatoria de radio y televisión. A mí, personalmente, me saca de quicio. Esas ansias predicadoras, me dan dolor de cabeza. Su último ingenio es el concepto de golpe suave: a través de varias eventos catalizadores se logra configurar una opinión pública que precipite la caída del gobierno a través de la intervención extranjera. El problema es que es una metáfora que se creen tanto la oposición como los chavistas, y la cuestión es otra y la deben de resolver los venezolanos. Ellos mismo. Algo que olvidan demasiado a menudo.

"El imperialismo yanqui" lo explica todo, nos explica a todos. Incluso a mi, que trato de esquivarlo a base de golpes de cintura.

miércoles, 6 de junio de 2007

Boves, el urogallo

Este es José Tomás Boves. Natural de Oviedo (Asturias) y uno de los personajes más fascinantes de la historia venezolana. Vino a Venezuela a hacer fortuna a comienzos del siglo XIX, como muchos españoles, y acabó de corsario en Puerto Cabello, desde donde trapicheaba con elegancia y viveza hacia las Antillas Holandesas y otras islas del Caribe. Cualquier cosa: pieles, caballos, sal. Le pillaron y le metieron en una cárcel con forma de castillo, como eran las de antaño. Al poco, y gracias a turbias y posicionadas relaciones, se le conmutó la pena por el confinamiento en Calabozo (nombre ideal), un pueblo en interior de Venezuela: en los Llanos de Guárico. Allí comenzó a hacer fortuna, donde se ubicó como tratante de ganado.

En 1811 estalla la Guerra de la Independencia, y Boves se une a los patriotas venezolanos comandados por Bolívar. Al poco, y tras un par de traiciones por parte del Libertador y sus compadres, se une a los realistas hispanos. Jura lealtad al rey de Spain, y organiza un temible ejército de negros, mulatos y zambos; esclavos que abandonan a sus amos y unen con alborozo y evidente mala hostia al ejército de Boves. Arrasan los Llanos, su crueldad es proverbial. Hasta los árboles hacen crujir sus ramas cuando las tropas de Boves se acercan.

Boves tenía dos huevos (aquí lo llaman ser un tipo "cuatriboleao"). A las atrocidades de Bolívar & co., respondía con las suyas: freír en aceite las cabezas de sus enemigos, hacer corridas con prisioneros disfrazados de toros, enterrar enemigos para que fuesen devorados por las hormigas rojas... Una bestia parda, vamos. En su ejército, él era el único blanco. Y su ideología era una: acabar con todos los blancos. Incluyendo al Libertador Bolívar, a quien consideraba un vendido, puesto que defendía los intereses de los criollos blancos.

Murió de un lanzazo, en diciembre de1814. Su lema: ¡Ráspalos (mátalos), que no hay que cargar peso amarrado!

lunes, 4 de junio de 2007

Venezuela en construcción

Caminando entre la marabunta roja, rojita, uno encuentra detalles dignos de interés. La marcha convocada el sábado pasado por el oficialismo se autocalificaba de antiimperialista. A media mañana, una marea de camisetas rojas (a mí me regalaron una) se dirigía a la avenida Bolívar donde el comandante en jefe les esperaba para darles una nueva ración de sermón al horno: un poquito de Gramsci, la base clásica de Bolívar, una cucharada de Fidel, todo bien removido y agitado. Un delicado cocktail socialista. Dentro de la marcha, existen mercados ambulantes en los que uno puede comprar cerveza (bien fresca), jugos de naranja, maníes (cacahuetes), banano frito, además de diversos elementos de merchandising revolucionario.

Caminé con la marcha, bailé algo de salsa brava roja rojita y hablé con varios personajes de muy diversa índole. Todos entusiasmados con la figura mesiánica de Hugo Chávez. No hubo roces, carácter festivo, como dicen las crónicas. Es asombrosa la disciplina militar que impregna la marcha como si de un desfile se tratase. Dividos por estados y movimientos sociales, uno ve pasar a los bomberos de Aragua, a los empresarios socialistas de Nueva Esparta, a los agricultores de Táchira, los pescadores de Anzoátegui, las amas de casa de Miranda, los jubilados de Bolívar, etcétera. El desfile colorado es espectacular, un río rojo que avanza imparable. Preguntado acerca de si vienen por propia voluntad, un compañero venezolano me explica de media boca: "Cordialmente obligados". En cualquier caso, la calle sigue siendo roja rojita.

Empresa de banderas

Como en todas las revoluciones, uno de los grandes negocios es la venta de banderas. Está por todos lados, y las llevan tanto los chavistas como los no chavistas. Debe de ser de lo poco en lo que están de acuerdo, aunque últimamente, los opositores le daban la vuelta (rojo, azul y amarillo) como signo de desacuerdo. Ante esto, los chavistas les saltaban al cuello con una de sus clásicos argumentos: apátridas. Y volvían a enzarzarse en si era o no delito juguetear con los símbolos nacionales, con responsabilidad penal.

Otro caso digno de interés y que requiere una reflexión más amplia es la utilización chavista de la camiseta de la selección española de fútbol. Por extensión, los chavistas absorben todo lo que sea rojo rojito, venga de donde venga. En la marcha del sábado, en la que anduve flirteando como journaliste, me sorprendieron la cantidad de camisetas de la selección española: raúles, sergiosramos, iniestas, puyoles deambulaban a ritmo salsero por las avenidas de Caracas. Coño, me dije, si en España conozco gente que califica de facha y franquista a quien porta la "elástica de la furia roja". Y es que en ideología política, la gente da más vueltas que una peonza, y se justifican las mayores estupideces con gesto adusto.

Por eso se agradecen comentarios como el siguiente, directos al hígado con el que pensamos, desde el centro de la marea roja: "Mira, chamo, a Hugo Rafael lo pusimos nosotros. Y nosotros, el pueblo, lo quitaremos cuando nos parezca. No hay más, y que se dejen de pelar bola los opositores. A Hugo lo echamos, los mismos que le aupamos".