jueves, 11 de noviembre de 2010

Cierre por mudanza



Empecé el blog venezolano en la lluviosa Asturias. Lo cierro ahora, casi cuatro años después, en el otoñal Washington DC. Gracias a todos los lectores y lectoras por las críticas y alabanzas.

Gracias a mí mismo, sin falsa modestia, por seguir escribiendo contra viento, marea, pereza, alegría y desasosiego. Las andanzas jonroneras siguen, no obstante, al norte del Caribe. A orillas del río Potomac, retomaré las crónicas igual de variadas y variables. Cualquier día de estos, en las pantallas de su computadora personal.

Los jonrones aquí se llaman homeruns.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Entre Venezuela y Trinidad y Tobago (3)



18 agosto
Chaguaramas, Trinidad



1)Dos ferries. Scarborough-Puerto España. Chaguaramas-Güiria. El cielo limpio y oscuro. El viaje en la noche repleto de sueños alborotados, llenos de brisa. En la cubierta de un barco que huele a curry y a mierda de cabra a partes iguales, forrada por una moqueta color campo de golf abandonado, dormimos sobre un lecho improvisado. El ferry lento es, obviamente, el más barato. 37 dólares trinitarios y seis horas de duración entre las dos islas que conforman el país. Las luces de Scarborough se van deshaciendo como virutas de sueño. Los pasajeros son indios, negros, cabras, y nosotros, por este orden. Entramos detrás de las cabras. No hay más blancos. Aunque poco importa porque es medianoche. El pasaje es humilde y con pocos recursos. Abundan los locos, si se entiende por loco a alguien que sostiene una conversación consigo mismo durante horas. En la cubierta hay varias personas así. Hay uno que no habla nada, y ése da más miedo todavía. Pienso que se tirará al mar Caribe en medio de la travesía. Podría ser la India, aunque nunca he estado en la India. Me sorprendo de lo oscura que puede llegar a ser la piel de un indio trinitario, puede ser más negra que la piel de los negros. Pero hay que fijarse bien. El que no habla no se lanza al mar, pero sigue sin hablar.

2)Perdemos el ferry de la tarde. Así que bebemos cerveza Carib, aguardando el ferry de la noche, en un antro sucio y con encanto en Scarborough. Afuera más cabras y gallos. Tienen varias normas enmarcadas tras el mostrador: "prohibido pedir a cuenta", "prohibido el lenguaje obsceno", "prohibido quedarse dormido". Leemos la prensa tribagonian: el Newsday y el Guardian. Portada: el asesinato de un cajero indo-trinitario, tras el secuestro de sus hijos y su esposa. Algo de cricket. Precios del petróleo. Piratas del golfo de Paria roban a un grupo de pescadores de San Fernando, en el sur de Trinidad, y los obligan a volver nadando a tierra para salvarse. Varios mueren ahogados en el intento. La Guardia Costera tarda horas en llegar: están en un desfile. El Newsday insinúa que los piratas podrían ser venezolanos. El Guardian no lo afirma, más cauto, pero señala la necesidad de interrogar al país vecino.

3)Saltamos de un ferry a un taxi, y subimos a otro ferry. Aquí no hay cabras: y casi las echo de menos. Pocos venezolanos en el ferry hacia Güiria. El sol, intenso , cae a cuchilladas sobre nuestras cabezas. Pasamos entre varios buques petroleros. No hay delfines. Apenas siete millas separan el extremo occidental trinitario del extremo oriental venezolano.

4)Nos quedan 370 dólares trinitarios. En Venezuela nadie quiere dólares trinitarios. Los perros calientes del ferry cuestan diez dólares trinitarios. Le digo a Olga que podíamos intentar gastar el dinero restante en perros calientes. Asiente. Cada vez va uno a pedir hot dogs a la camarera del barco. Los comemos a medias. Cuando acabamos los dos primeros quedan dos horas y media de trayecto. No lo vamos a lograr, dice Olga. Confianza, respondo, y voy por otro. Queda una hora y llevamos cinco perros calientes. Todavía nos restan 31 perros calientes. Suspiro. Suspiramos. Comemos dos más. Falta una hora. Me retuerzo para hacerle sitio a otro. Están ricos, digo, para animarnos. Llegamos a Güiria. Hemos comido diez u once. Lástima, comento, nos faltó tiempo. Lo podíamos haber logrado. Cambiamos los 270 dólares trinitarios. Apenas nos dan cien bolívares fuertes.

5)Acabo el libro de V.S. Naipaul, The Middle Passage, que he leído durante todo el viaje. Naipaul nació cerca de Chaguaramas, pero ahora vive con un gato en algún lugar de la campiña inglesa. Un buen libro, escrito con una brillante precisión. Tuvo que tachar un montón antes de publicar, pienso. Es bueno tachar.

6)También pienso en el gordo Ali Baba, propietario de la posada de Tobago donde nos alojamos seis días. Hermosa posada con una hermosa baranda que daba a una hermosa playita llamada Heavenly Bay. Él estaba gordo hasta la extenuación. Cansaba verle respirar. Va siempre en carro: imagino que si pudiese tener un carro para su casa también lo utilizaría. Pienso. ¿Cómo hará para acostarse con su mujer? Está tan gordo que difícilmente puede verse el pene. En torno a los 180 kilos, calculo. A su lado, su mujer, una alemana con más 90 kilos de salchichas a hombros, parece esbelta y felina como una modelo desfilando en una pasarela parisina. Ellos sí que hubiesen logrado el reto de los 37 hot dogs, me lamento en voz alta. Dejo de pensar, y me concentro. Respiro hondamente. Y con un grácil salto, vuelvo a pisar suelo venezolano.

Entre Venezuela y Trinidad y Tobago (2)



16 agosto
Castara, costa norte Tobago


1)Hay cantidad de pollos, de gallos y gallinas. En la playa, en Scarborough, la capital; en las carreteras. Vimos un gallo comer un mango. Vimos un gallo, sostenido sobre una sola pata, vigilar a su gallina-esposa mientras picoteaba una bolsa de plástico de patatas fritas made in Trinidad, West Indies. Una multitud de gallos picotea la isla de Tobago.

2)Las noticias de radio Tremblin, la radio de Tobago. Un asesinato, dos secuestros en la isla de Trinidad. Los agricultores de origen hindú (la gran mayoría de sus antepasados llegó en buques fletados por los ingleses en la mitad del siglo XIX) no quieren pagar impuestos hasta que no se regularice su situación. Inundaciones en Pakistán. El edificio de Radio Tremblin es el único digno de atención en Scarborough. Es de ladrillo visto, y tiene grandes antenas parabólicas en el techo. Las ventanas son de guillotina, y las contraventanas, de madera, están pintadas en blanco. El resto de las casas de la isla son realmente hermosas. Como si saliesen de una novela de Mark Twain.

3)En Scarborough hay un montón de cabras. Para hacer cabra al curry y para las famosas carreras de cabras de abril, explican si les preguntas. También hay carreras de cangrejos. Efectivamente, corren de lado, explican sin que necesites preguntar.

4)El instructor de buceo se llama Nathaniel. Tiene la piel negra. Algunas rastas son blancas, otras son negras: como las teclas de un piano. Durante las dos inmersiones, a 45 pies, trata de agarrar con la mano dos langostas del tamaño de un perro, de un perro grande. Ambas se le escapan. En su casa, en algún lugar llamado Lambeau que nadie conoce bien, tiene un carro para hacer perritos calientes “Nathaniel´s doggy style”. Su casa es humilde, sencilla y acogedora. Está preparando frijoles con arroz. Las paredes, la puerta del frigorífico, están repletas de fotos de Barack Obama y la actriz Eva Longoria. Decenas de fotos. En el cuarto de baño, pósters de chicas desnudas: muchos culos. Le encantan los culos, sobre todo el de Longoria. Eso no lo dice, pero se lo veo en la mirada. Tiene cinco hijos. Todos viven en Estados Unidos. Dos en Nueva York, uno en Kentucky, otra en Ohio, y el otro allá donde esté, eso dice… Nathaniel estuvo sirviendo en la Armada de EE.UU. Tiene una foto suya con la bandera de barras y estrellas al fondo. Hace yoga y da masajes, da a Olga un masaje de cerca de una hora. Yo me quedo dormido en una tumbona de plástico en el porche. La música reggae que sale de su equipo de música es deliciosa. Absolutamente deliciosa. Unas orugas de color amarillo, negro y rojo se están comiendo el único árbol de su jardín. Las contemplo un buen rato, están hambrientas. Cae el sol. Nathaniel nos regala dos trozos de tarta de despedida. Está estupenda.

5) Los tobagonians son más educados que los venezolanos, pero menos amables.

martes, 7 de septiembre de 2010

Entre Venezuela y Trinidad y Tobago (1)


11 agosto 2010
Güiria – Chaguaramas, Golfo de Paria.


1) Ferry entre Venezuela y Trinidad. Sólo un viaje por semana. Los miércoles. Un joven danzando en cubierta, flexionando las rodillas levemente, en vertical. 15 años, quizá 16. Un pañuelo en el bolsillo de sus pantalones anchos, más anchos que su cintura. Habla inglés y español, indistintamente. Tiene el bigote de pelos fláccidos, casi transparentes, característico de los adolescentes en flor. Mastica un bocadillo de jamón. Graba constantemente con la cámara de su teléfono celular. Vídeos en los que trata de retratar la panorámica de su visión, girando 360 grados sobre su eje. Como hace cada día la bola de tierra y agua sobre la que navegamos. Viste de negro. Parece querer ir de malo de barrio (probablemente no sea ni malo ni viva en un barrio). Al menos eso busca afirmar con sus muecas ante la cámara, con las que concluye sus panorámicas de agua y nubes. Su madre le pregunta en inglés si quiere otro sándwich de jamón. Asiente y se sienta con sus quince años, su bigote de pelos fláccidos, casi transparentes, y el sándwich que su madre le da, ya desenvuelto.

2) Dos trinitarios. Uno negro. Otro marrón. Bien vestidos. Demasiado bien vestidos para el calor que hace. Aprovechan la barra libre de soft drinks para servirse rones constantemente. Estamos sentados en la cubierta del barco Lobster1. Uno tras otro. Es ron de Barbados. La caja es dorada y muestra el rostro de un señor blanco y barbudo. De barba más blanca que su pálida tez. Darwin o Papá Noel, pienso.

3) Cinco turistas. Dos parejas y un solitario. Unos somos nosotros. De los tres chicos, dos llevan barba. Dos llevan pantalones cortos. Dos llevan el pelo largo. Hay uno, por tanto, con los tres elementos: barba, pelo largo y pantalones cortos. No soy yo. Y me divierto con las combinaciones posibles. Las chicas, ambas, leen. Una lee una de esas novelas del tamaño de dos ladrillos pegados juntos con cemento. Olga, la guía de Rough Guide de Trinidad&Tobago. “Tribagonian es el gentilicio en inglés de los ciudadanos de T&T”, me dice en español. A mí me suena a instrumento de tortura del siglo XIV, y me parece una hermosa palabra. Me río, pero no digo nada. El que viaja solo garabatea con un punzón la panza de su guitarra. Venezuela queda atrás, mejor dicho, al lado izquierdo del barco que avanza indolente. Navegamos paralelo a la costa venezolana que es verde y marrón, y verde y marrón de nuevo, y al final algo anaranjada.

4) Atardece. La luz se diluye y el cielo está lleno de nubes que parecen el humo de cigarros fumados por dioses invisibles. Son densas como almohadas, de un azul turquesa que se va apagando. Pero apagando en un blanco amarillento. La brisa es hermosa como el cabello de la mujer amada, la música horrible como el aliento de la enfermedad en una garganta moribunda. Ambas permiten, como extremos, contemplar los modos de explicar el momento, la variopinta gama de reacciones que producen en el pasaje. Silencio, frustración, nostalgia, somnolencia, encender un cigarro, tristeza, tomarse otro ron, salir corriendo, alegría, tirarse al mar, besar.

5) Negros trinitarios, venezolanos negros, indios hindúes, indios musulmanes, indios-negros, blancos, morenos, mulatos, rastas. En total, medio centenar de pasajeros a bordo del Lobster1, que sale de Güiria a las tres de la tarde rumbo a la isla de Trinidad, otro miércoles más.

6) En la costa venezolana, a medida que ascendemos, ni un solo pueblo. Se ve desierta, intocada. Sólo las luces del aislado Macuro, único pueblo de la zona, comienzan a titilar como candelabros solitarios. Nada antes, nada después. Y pienso en que Colón y los suyos debieron encontrarse con un paisaje semejante. El Golfo de Paria: las aguas que más miedo produjeron en el avezado genovés. Asustado por encontrar agua dulce tan lejos de la desembocadura del Orinoco, y donde estuvo a punto de naufragar, Colón hablaba de corrientes procedentes del sur que rugen sin fin. Llegó a pensar que se trataba de la entrada al paraíso terrenal: “todavía puedo sentir el miedo que sentí allí”, dejó anotado muchos años después de 1498, ya en tierra firme. Vio montañas de agua enroscándose sobre sí mismas, con olas rizadas en la cumbre. Pensó que allí la tierra tenía la forma del pecho de una mujer, y que el paraíso terrenal era el pezón que lo coronaba. (En este punto de lectura siento una gran simpatía, hasta entonces desconocida, por Colón). Eso, al menos, escribió a sus patrocinadores: Isabel y Fernando.

7) No vemos, sin embargo, nada de eso. Y el barco se balancea como si disfrutase de un plácido sueño en un calmado vaso de agua. Sigo leyendo a Colón, mientras un par de niños (uno color té, el otro color arroz ) bailan como peonzas ebrias en la cubierta. Suena la canción del mundial de Fútbol de Sudáfrica, de la que Colón o Columbus, porque ya hemos cruzado la frontera trinitaria, probablemente tendría más miedo aún que de las corrientes marinas del golfo.

8) Todo el mundo parece disfrutar haciendo vídeos con los teléfonos móviles. Probablemente, los vídeos acabarán mostrando a otros pasajeros que tratan de grabar más vídeos. O así me los imagino delante de la pantalla de sus ordenadores en casa: viéndose la cara unos a otros. Espejos desconertantes de la estupidez humana.

9) Siguen tomando ron los trinitarios. El marrón y el negro. Tienen anillos dorados y botas de cuero. ¿Para qué se necesitan unas botas de cuero en Trinidad? El negro es dos veces el tamaño del marrón.

10) El sol lo tenemos en la popa, hundiéndose en el mar, al oeste. El cielo parece una sopa espesa de nubes ya oscuras. Entre las plataformas petroleras que esquivamos con sigilo, aparece, en la proa, el concierto de luces ámbar de Puerto España.

jueves, 3 de junio de 2010

"Revo" y "Rebe"

Esta es "Revo" o "Rebe", no me quedó claro. Estamos en el jardín de la casa de la abuela del presidente venezolano y líder del llamado socialismo del siglo "XXI", en Sabaneta. Un pequeño pueblo del estado llanero de Barinas, en suroeste venezolano. Hace un calor de mil demonios. Sudamos todos. Agolpada a la puerta de la sencilla casa, tomada por el ejército, una multitud enfervorecida e histérica grita consignas y pide ayuda a los presidentes. Pensé en los Beatles. Por los chillidos histéricos y por el peinado de Evo, muy parecido al del John de los primeros tiempos. Una chica de Sabaneta cuenta cómo tuvieron que retirar del jardín a las iguanas que se reúnen todas las tardes en el lugar. No es para menos. Está el papá, la máma, algunos de los hermanos y las cuñadas, y una de las hijas del presidente venezolano, Hugo Chávez. Recorren el lugar repartiendo besos y secándose el sudor. Nadamos en sudor, hay un calor inclemente que nos obliga a pensar lo mínimo. Entiendo a las iguanas, reptiles de sangre fría. Una vez comí iguana. Estaba rica, sin más."¡Epa, compadre!", gritá Chávez a un niño que se ha encaramado a una tapia para ver el espectáculo. ¿Qué pensarán las iguanas de todo esto?, pienso a su vez.

Los dos presidentes se agachan ahora y comienzan a cavar para sembrar dos arbolitos. Naranjos, dice el viceministro de Agricultura (¿quién si no?). Rastrillan con los dedos. Las gotas de sudor riegan los futuros "arbolotes". Las cámaras guiñan sus ojos mecánicos. Esta se llamará "revolución" y la otra "rebelión", dice Evo Morales. Estallan los aplausos, los elogios por tan apropiado bautismo. Más guiños mecánicos de las cámaras fotográficas.

El presidente boliviano las señala con el dedo: "revolución" y "rebelión" pero yo sigo buscando las iguanas. Por eso no me queda claro cuál es cuál. No hay iguanas. Quizá por eso, en la noche sueño con iguanas. De los naranjos, en vez de naranjas tal y como dicta la ciencia y el sentido común, penden iguanas en miniatura, que oscilan mientras lanzan sus lenguas en busca de la nube de mosquitos que orbitan a su alrededor. No siempre aciertan. Es un sueño divertido.

lunes, 17 de mayo de 2010

El zoo de las ausencias

En el sudoeste de Caracas, en la parroquia Caricuao, está el Parque Zoológico. En Caracas hay tres zoos. Este, sin embargo, es el más grande. Se le pueden reprochar muchas cosas, pero nunca que los animales no tengan espacio. De hecho, es el zoo con mayor espacio de los que he conocido. A mí, que me encantan los zoos. Y si tiene tanto espacio es porque apenas hay animales. Está el lugar, el foso, las jaulas... pero no hay animales. Excepto los monos, que están por todo el parque tratando de robar la comida a los visitantes. Y viceversa. Hay también un montón de perros, pero fuimos incapaces de dilucidar de qué lado de las fosas procedían. Si ya estaban allí, o se escaparon.

Tres ausencias flagrantes y una altiva presencia.

Ausencias:
- "La jirafa ya no está con nosotros. Se resbaló y, desgraciadamente, falleció. Una lástima".
- "Sólo nos queda la elefanta Ruperta. Su compañera, Margarita, nos dejó hace dos años. Comenzó a sentir un malestar. Los cuidadores del zoo se acercaron para tratar la causa del malestar. Sin embargo, y lamentándolo mucho, Margarita se asustó, tuvo un paro cardíaco y murió".
- "El hipopótamo está guardado por los momentos".

(Estas tres declaraciones recogidas al vuelo ante el breve cuestionario periodístico fueron realizadas sin el menor atisbo de ironía por uno de los funcionarios públicos. Fue asombroso. No nos quedó más remedio que salir del zoo con el pelo teñido color perplejidad. Aún me nubla la mirada cuando me mojo el pelo).

Presencia:
- En la zona dedicada a las dantas o tapires, una gallina cacareaba con aires de superioridad. Las dantas o tapires, dormitaban al fondo. La gallina nos miró. Mantuvimos la mirada. No lo puedo probar, pero juraría que en su boba mirada inerte, percibí una extraña sonrisa displicente.

El zoo de Caracas, en Caricuao, al final de la línea 1 de metro, es uno de los lugares más fascinantes y maravillosos de la capital venezolana. Lo juro. A Lewis Carroll no se le hubiese ocurrido un lugar así. Ni siquiera a Syd Barrett. Estoy convencido.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Geopolítica, hemorroides y otras vainas

No creo que sea como éste. Pero también es un flotador, lo que me sirve para ilustrar la historia de hoy. Todos los boletos aéreos los saco a traves de una agente de viajes. Siempre me ha ido bien: me guarda las reservas algo más de lo permitido, me permite cambios bajo cuerda, me avisa de ofertas, y siempre, siempre, me trata de "miamor". Volví a llamarla para un boleto Bogotá-Caracas-Bogotá. Esto fue lo que me dijo por teléfono:

- Ay, miamor. ¿Cómo te va? Me agarras en casa. Así que desde Bogotá. Ok, veamos, ahora no es fácil, ¿sabes? Estoy en la casa, en mi casa. Porque me han salido hemorroides, y es horrible. Horrible. Aunque la casa es divina, la he dejado súper chévere. Es pequeñita, apenas 60 metros cuadrados. Pero es tan linda, que me dan ganas de quedarme a trabajar desde acá. Pero, claro, con las hemorroides es un fastidio. Estoy aquí sentada, sobre un flotador, mirando la compu. De Bogotá a Caracas, me dijiste. Pues es un problema, porque ahora, con todos los problemas geopolíticos entre Venezuela y Colombia, no están dejando sacar boletos de allá para acá, de aquí para allá, sí, eh. De eso no te preocupes. Pero de Colombia aquí, no; así que deja que pregunte a una amiga que tengo en Avianca y te comento, mi amor. Ay, pero tendrías que venir a ver la casa, es tan linda. Si no fuera por las malditas hemorroides... Y encima, mi médico, está de vacaciones en Miami, así que no pude ir a verle. Menos mal, que logré contactarle por skype, y me dijo lo que tenía que hacer. Ay, es horrible, en serio. Llámame en unos días, ¿okey? Buen día, mi amor.

La vuelvo a llamar, tres semanas después.

- Miamor, ¿cómo estás? ¿Adónde quieres viajar, o vienen a verte? Estuve en Orlando y Fort Lauderdale, en la Florida. Me encanta Miami, que pena de país. Cada vez que regreso me entra una melancolía. (Suspiro prolongado)... Ah, lo de Bogotá. Nada, no sé nada. He hablado con mi amiga, pero resulta que la han echado, han botado a todo el personal de oficina de Avianca. Así que hay que esperar. Sí, sí, parece que está mal. Ay, menudo país. Tú sabes. Ya estoy otra vez en la oficina. Así que lo que quieras, me llamas a allá. Ciaito.

Le cuento la historia a un amigo. Pienso que se va a reír. Sólo echa media sonrisa, con la mitad de la boca:

- ¿Qué?-.
- Que yo tengo hemorroides. Tiene razón "tuamor". Son horribles.

domingo, 25 de abril de 2010

La inflación implacable


Ante la inflación uno puede hacer varias cosas, entre ellas reírse, pero sobre todo lo que uno no le queda más remedio que hacer es pagar. Tres imágenes sobre la inflación que es algo tan característico en Venezuela como el petróleo más barato que el agua, las noticias sobre homicidios por un par de zapatos y las arepas de huevos de codorniz con salsa rosa.

- Mi cara cuando el frutero de debajo de casa me da un kilo de tomates. Le doy un billete de 20 bolívares (2,2 euros). Y me quedo esperando el cambio. El tipo se va con sus colegas al fondo del camión, indiferente a mi presencia. Sigo esperando, apoyado a una montaña de cajas de melones y yuca. El tipo mantiene su actitud, y pasa a mi lado sin ni siquiera mirarme. Pasa un minuto lleno de interrogantes. Cambio el peso de una pierna a otra (no recuerdo si de la derecha a la izquierda o al revés). Al cabo de otro minuto, se me acerca y me dice con sigilo: Chamo, no te voy a dar cambio, son 20 bolos. Suspiro y me voy con los tomates, hace un par de semanas me habían costado 15 bolívares. Suspirar, ya lo he dicho, es bueno.

- Conversación con economista peruano tras jugar un partido de fútbol. ¿Sabes de lo que hablábamos el otro día en Banco Central de Venezuela?, me decía. De la inflación. Claro, la gente tiende a pensar que lo que sucede inmediatamente después de una devaluación como la ocurrida aquí es que los precios se disparan. Pero todo es un poco más complejo. Los agentes económicos han reaccionado de otra forma, más inteligente. Yo como a menudo en restaurantes, y me he fijado que los precios se han mantenido, más o menos, estables desde la devaluación decretada en enero. Sin embargo, las raciones tienen una peculiaridad: son más pequeñas, notablemente más pequeñas. Ahí está también la inflación. Fíjate la próxima vez que comas en un restaurante. Suspiro, hoy que acabo de cenar en un restaurante y no me he terminado, por poco, el plato.

- Datos oficiales. Tasa de inflación acumulada en el primer trimestre en Venezuela fue de 5,8 por ciento, esto cuando la economía venezolana muestra una recesión anual de entorno a 2 puntos. Se pronostica una inflación a final de año superior al 30 por ciento. Los precios suben y la economía se contrae. La ironía de las matemáticas en revolución. Y aquí no suspiro.

miércoles, 14 de abril de 2010

Frío de muerto

Hay historias que se escuchan, otras se ven. Algunas dan calor, otras dan frío. Ésta la escuché por alguien que la vio. En los Andes venezolanos, existe la expresión "frío de muerto". Se utiliza para referirse a los bebés o niños que muestran un conducta apática, débil, enfermiza desde sus primeros meses de vida. Allá se dice que la rara enfermedad se debe a que acudieron a algún funeral, y allí se les pegó el "frío del muerto", mal al que parecen exclusivamente susceptibles los más pequeños. Debe de ser por la conexión entre la vida y la muerte, extremos que casi se tocan.

Mientras escuchaba la historia, me iba arrellanando en el sofá. E, inconsciente y cobardemente, me abracé a mí mismo para tratar de combatir un posible "frío de muerto". La única manera de curar el extraño mal, para el que la medicina ortodoxa no tiene solución, es introducir al bebé con "frío de muerto" en el interior de una res recién eviscerada durante apenas unos minutos. Una vez fuera, el niño vuelve al "calor de la vida". Pensé en la oscura poesía de los funerales andinos. Y en la potente imagen de un niño acurrucado dentro de una vaca despellejada y abierta en dos.

Esa noche, a pesar del calor tropical, me arropé el doble en la cama. Amaneció nublado.

martes, 6 de abril de 2010

El celular y el pavo real

Aquí pasan cosas. En todos los sitios ocurren cosas. Sin embargo, aquí suceden determinadas cosas. Ocurrió hace dos semanas, pero lo cuento ahora tras una escapada insular. Volvía de un concierto caraqueño de una banda escocesa tan de moda como decepcionante. En el taxi, se cayó el celular. Lo tenía en modo vibrador (sin segundas interpretaciones). Por lo que al darme cuenta y llamar nadie respondía. Lamentando el hecho, me eché a dormir. Mi celular es Huawei, tecnología china y espíritu caribeño. Había perdido mi agenda.

Regreso del trabajo al día siguiente. Tengo dos correos de un amigo. Asunto1: tu celular lo tiene una tipa. ¡Perplejidad! Asunto2: la tipa se llama Jacqueline, llámala. ¡Asombro! Corro hacia mi teléfono fijo, de esos de rosca que ahora llaman vintage. En fin, a mi me recuerdan a la Unión Soviética. Me molan los diseños de los sesenta en la USSR. Llamo. Me responde una misteriosa voz de mujer. Habla como si estuviese comiendo cantidades ingentes de pudding de patata o como si tuviese las mandíbulas desencajadas. Entiendo apenas la mitad de lo que me dice. Y dice algo como esto:

"Ajá, el celular, y cómo sé que eres tú el propietario del celular. Bueno. Conoces la carretera hacia el Marqués, bien, pues ésa no es, es la siguiente. Continúas. Hay un torre de Parmalat, la marca de leche. ¿De qué parte de España eres? No vas a saber llegar. Me sigues. Agarras a la izquierda, sigues por el carril de la izquierda. Hay una plaza. La atraviesas. Sigues en la izquierda, no en la derecha. Subes la loma, bajas la loma. Hay una redoma (rotonda), a la izquierda, no a la derecha. Agarras la vía de regreso. ¿Qué carro tienes? Llegas a la urbanización tal. Dices que vas a la torre 1, no te voy a decir donde vivo. Pasan muchas cosas en Caracas estos días. Sigues derecho. Al final de la plaza me llamas. Suele haber un heladero. Ojalá esté el heladero. Ponte al lado del heladero. Y espera. Mi marido bajará, yo no bajaré por seguridad".

Ante tal precisión en las indicaciones llamo a mi taxista favorito Marlon. Yo le llamo Marlon Brando. No estoy tan desencaminado, se llama Marlon porque su mamá era fan de Marlon, sí, el actor. Yo prefiero llamarle por el nombre completo. "Marlon Brando", le digo por teléfono, "te necesito". Viene y salimos rumbo al sureste de Caracas. Tras cuatro pérdidas y varias indicaciones contradictorias, llegamos a la plaza. No está el heladero. Llamo a Jacqueline. Le digo que estoy al lado de una cabina de teléfono. Me pregunta que cómo soy y qué tipo de ropa llevo. Le explico. Dice que baja en 15 minutos.

A los 6 minutos aparece una señora tras dos tetas enormes. ENORMES. Va pintarrajeada como las viejas en las obras de teatro de la posguerra española. O al menos así me las imagino yo. Un pavo real. Las pestañas casi me sacan un ojo si no fuese porque llevo gafas. Agita el aire cada vez que parpadea. Habla y no la entiendo. Tiene mi celular en la mano. Lo esgrime como si fuese una bomba lacrimógena. Le digo que sí, que gracias, que ya no hay gente así por el mundo. Tras cuatro minutos de conversación en los que apenas entiendo un minuto, me lo entrega. Se va. Marlon Brando me mira con cara de ¿a-ti-te-pasan-estas-cosas-normalmente? Suspiro. Es bueno suspirar. Son las 4 de la tarde.

Precio del celular: 40 bolívares (5 euros)
Precio de la carrera: 50 bolívares (5,40 euros)

Pero lo más fascinante es cómo mi amigo (el de los correos), que estuvo la noche anterior conmigo y escuchó mis lamentos sobre mi pérdida, decide llamarme a mi celular (¡el que había perdido!) al día siguiente como si nada hubiera sucedido. Y el pavo real lo agarra. Pero, aún, lo más fascinante: ¿cómo pudo entender algo de lo que decía esa señora? Y precisamente ahí se encuentra la bisagra de esta historia. Aquí ocurren cosas, como en todos los sitios. Sin embargo, aquí ocurren determinadas cosas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El triángulo caribeño

En el aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía, a 30 kilómetros de Caracas, hay dos terminales. La nacional y la internacional. En el medio, en una especie de limbo aeronáutico/ideológico/metafísico se encuentra la "rampa 4". Allí aterrizan las grandes personalidades que se quieren dar a conocer, y las grandes personalidades que no se quieren dar a conocer; los (frecuentes) vuelos privados con avionetas último modelo rumbo a las islas paradisíacas del Caribe y, por su puesto, los vuelos de Cubana de Aviación. Es de sobra conocido, que Venezuela y Cuba son repúblicas hermanas. O en eso, al menos, insisten los martinianos y los bolivarianos con vehemencia. Quizá. Se podría elucubrar sobre la implicaciones simbólicas de este peculiar emplazamiento en algún punto intermendio entre lo nacional y lo internacional en la geografía y gepolítica caribeña al uso.

No lo haré: me cansa, me da sueño y me da hambre.

Sí que describiré, sin embargo, lo que se podía ver a primera hora de la mañana en la "rampa4". Bajo un sol demencial, una larga cola de ciudadanos cubanos que trabajan en Venezuela en las múltiples misiones sociales como médicos, enfermeros o entrenadores deportivos aguardan el vuelo a la Habana, con su equipaje empaquetado con profesionalidad. Una visión detallada, afilada por el tercer café, otorga una nueva perspectiva. Cada uno viaja con no menos de un par de deuvedés, una pantalla plana de televisión, videoconsolas y, algunos también, con equipos de música. Apenas maletas, mochilas, morrales. Purita tecnología punta.

Es bien sabido que los venezolanos viajan a Miami por sus equipos electrónicos. Los cubanos, por su parte, parece que van a Caracas. Surge, implacable, la pregunta obvia de este triángulo: ¿y los de Miami, dónde viajan? ¿Dónde concluye el triángulo?

(Una sombra exigua me da cobijo, y pienso aún más. ¿Es un triángulo equilátero? ¿Isósceles? ¿O es el triángulo de las Bermudas?)

martes, 23 de marzo de 2010

La oscura realidad de la vida

Una diálogo agarrado al vuelo, mientras leo ensimismado en el metro. (Canaima, de Rómulo Gallegos, escrito en 1935)

- Caminemos por el medio de la calle, donde hay menos peligro de tropezar y romperse la crisma.

- Y sin mirar las estrellas, porque encandilan, y luego no se distinguen los baches.

- ¡Usted lo ha dicho! Es peligroso contemplar las estrellas. Se corre el riesgo de cegar para siempre ante la oscura realidad de la vida. ¡Las estrellas! O sea, el amor, el arte, la ciencia. ¡Cómo nos ciegan! Pero al mismo tiempo, ¡qué divina ceguera, amigo Ureña! ¡Qué sublime encadilamiento! Aquí entre nos yo le confieso que soy uno de esos ciegos.

- Pues lo disimula usted muy bien, amigo mío.

jueves, 18 de marzo de 2010

Afirmación y duda

Otra cosa, es que sepamos a qué.

miércoles, 10 de marzo de 2010

¡Ay, la ciudad!

¡Ay, la ciudad! ¡Qué divino el regreso a Caracas! Uno agarra la prensa y encuentra notas como ésta, en el Últimas Noticias, mi periódico favorito:

"Dos funcionarios policiales presos por secuestrar a una joven en un ciber café"; el titular no deja de tener nada especial, por lo habitual y lo manido del tema. El grueso, no obstante, está en los párrafos inferiores.

El viernes en la noche los sujetos montaron a la víctima en el metro rumbo a Los Teques, se bajaron en la estación Alí Primera. Los secuestradores llamaron la atención del vigilante porque llevaban a la mujer disimuladamente a punta de pistola hacia la parada de autobuses de la Ruta Popular, mejor conocida como los rojo-rojitos; abordaron el vehículo, que minutos más tarde fue interceptado por miembros de la de Brigada Motorizada.
La muchacha, al ver la comisión policial, comenzó a gritar "me están secuestrando" y de inmediato actuaron. Fue tan rápida su acción que los secuestradores no tuvieron chance de reaccionar.
Los hombres, que cometieron su fechoría con sus armas de reglamento, estaban obligando a la mujer a que los llevara a su casa, ubicada en San Antonio de los Altos.
Trascendió que los delincuentes tenían pensado pedir a los familiares de la secuestrada 25 mil bolívares fuertes (2.500 euros), dinero con el cual comprarían unas armas de fuego.

¿A quién se le ocurre llevar secuestrada a punta de pistola a una joven en el metro y luego esperar una buseta para continuar con el traslado? ¿No tienen carro propio? A dos jóvenes funcionarios caraqueños, hermanos. El uno militar, el otro policía.

Imaginen la poderosa y sorprendente imagen. Te subes al metro. Y en la siguiente parada, un par de tipos, uniformados, entran apuntando con una pistola a una joven: "Disculpen, disculpen... Permiso, ahh, ¿sí?, lo siento, cómo no, pasen..." Y vuelves la mirada a la novela negra cubana que estás leyendo...

miércoles, 3 de marzo de 2010

El baño al fondo (Delta del Orinoco III)

En San José de Wanakoro, en algún lugar del caño Pedernales. Al fondo, a la derecha, como en los bares, se encuentra el baño. Gloriosa arquitectura efímera la de los waraos. El lugar es idílico, con la hermosa luz tropical tamizada por las palmas de moriche. Luz tornasolada, dicen los libros. Es curioso, incluso emocionante, que se siga miccionando en el agujero creado a tal efecto cuando en los cien metros de tablas que conducen al interior de la selva, uno puede hacerlo en cualquiera los troncos que florean y reverdecen a ambos lados. Y uno se imagina acudir en plena noche cuando brillan en la oscuridad los destellos rojizos de los ojos de los jaguares. O, al menos, eso quiero imaginarme yo.

sábado, 27 de febrero de 2010

Espejos en la selva (Delta del Orinoco II)

Todos (sí, todos) los relatos sobre la selva tropical, utilizan la metáfora del río como espejo, donde se reflejan los árboles de mil matices de verdes y las guacamayas de colores explosivos, entre otros tropicalismos. Desde los primeros cronistas de Indias, como el asturiano Gonzalo Fernández de Oviedo, hasta los últimos novelistas-poetas de este lado del mundo, como el colombiano William Ospina.

Por eso es tan paradójico como ilustrativo que encontrar un espejo en la selva sea una de las tareas más complicadas. Apenas hay. Y, por ley de la más ruda economía, alcanzan valores desorbitados. Este es el único que encontré, con los árboles reflejados como si de un río detenido se tratase. Tal y como mandan los cánones descriptivos.

No hay espejos en la selva, sólo existen en las páginas de aquellos que escriben sobre ella. Conviene detenerse a reflexionar sobre este punto.

lunes, 22 de febrero de 2010

Los cabuyazos de Gabriel (Delta del Orinoco I)

Los waraos del Delta del Orinoco son amables hasta la extenuación, especialmente con dos europeos aún por civilizar. Todo fue fascinante y maravilloso en el viaje hasta Caño Mánamo, uno de los ramales en los que se deshace el Orinoco para verter sus aguas marrones, negras, amarillas o verdes en el Atlántico. Sin embargo, los waraos tienen un problema. Un problema con las waraos. Las waraos pegan a los waraos y se ríen de los waraos pegados por las waraos.

Andábamos meciéndonos en un chinchorro al amanecer, disfrutando del concierto de monos aulladores que inundaban el alba con unos chillidos tremebundos, cuando en una canoa aparece uno de los waraos del campamento. Camina algo cabizbajo, con la chaqueta puesta. Seguíamos meciéndonos al ritmo de los aullidos inmisericordes, mirando la selva desde el lado protegido de la mosquitera. Riéndonos de los intentos inútiles de los mosquitos que se daban de bruces contra la tela. El warao, Gabriel, se sirvió un café y conversó con algunos de sus compañeros del campamento. Una de las waraos, sin embargo, empezó a increparle y a instarle a que se quitase la chaqueta, al grito de "A Gabriel le recibió a cabuyazos (golpes con las cuerdas con las que se amarran las hamacas) su mujer ayer". Las otras waraos comenzaron a reírse a su vez. Carcajadas estentóreas que se confundían con los aullidos constipados de los araguatos, los monos aulladores que parecen estar sodomizándose en masa por sus chillidos aspirados, algo que luego descartamos empíricamente gracias a unos binoculares de Gloucestershire.

El pobre Gabriel, abrumado, se dirigió hacia uno de los botes para partir. La humillación atravesó las mosquiteras, y despertó un instinto de solidaridad de género. Estar en contra de que el hombre golpee a la mujer, en Albacete, Teherán o en Uracoa, no quiere decir unirse a las celebraciones y vítores por los golpes a un hombre. Jajajajajajajaja. Continuaban las waraos, que le pedían a Gabriel que se quitase la chaqueta. Pregunté con cara de político socialdemócrata si los golpes eran parte de un ritual, si eran apenas rasguños, alguna clase de liturgia antropológica. "Para nada, cabuyazo limpio", me respondieron desternilladas de risa. El argumento de fondo, esgrimido por su mujer junto con los cabuyazos, era que Gabriel llevaba 2 días con sus noches sin aparecer por casa. Aún así, me reafirmé en mi solidaridad con Gabriel.
-Coñoe´lamadre, ¿y quién encuentra la casa de noche en este laberinto inmenso donde todos los recodos del río son iguales, donde apenas se ven las estrellas por el denso follaje, donde las orillas cambian con cada luna, con cada marea, y hasta las serpientes duermen cada día en un sitio distinto por que no logran encontrar el camino a casa?- apelé al sentido común del jurado de la selva.
- Yo, y yo, y yo, y yo, y yo- dijeron todos al unísono, anulando con hacha pragmática el lirismo de mi discurso.
Hasta Gabriel levantó la mano, en lo que fue el descabello de mi argumentación.
- Coño, Gabriel, tú di que no...- me dije.
Y él arrancó el motor Yamaha de 40 caballos, con la chaqueta puesta, y partió con lo que parecía media sonrisa en el rostro. ¿O era una mueca de dolor?

jueves, 11 de febrero de 2010

Un buen día

Los Próceres, en el oeste de Caracas. Una larguísima avenida que sólo un dictador puede concebir. Obra de Marcos Pérez Jiménez en la década de los 50. Usos: pasear, hacer desfiles y robar.

Trataba de llegar yo, días atrás, a la celebración del 4 de febrero de 1992, fecha en la que el teniente coronel que ahora preside el país, dio un golpe de estado que, desgraciadamente, no fructificó. Pagó cárcel por ello. Y ahora se recuerda o conmemora, como germen de la revolcuión bolivariana. Lo cierto es que yo trataba de llegar. Pero los soldados son un ejemplo de eficiencia en un país que, con todos los respectos, no se caracteriza por ello. Así que no me dejaron pasar en la alcabala 1. Vete a la alcabala 2. Entre la alcabala 1 y la 2 hay como 3 kilómetros. Le digo que se vaya a freír espárragos con la mirada, y muchas gracias por la colaboración con la boca. Me subo a un autobús de chavistas desbocados que llevan viajando toda la noche desde Falcón, costa occidental. "Mipana, súbete con nosotros. Ponte una franela roja, y pasas la alcabala como uno de los nuestros". "Dale", digo. Y me subo a un autobús que va marcha atrás por la autopista, retrocediendo en busca de la alcabala 2. En la alcabala 2, a ellos no les dejan pasar, a mí sí. Pero sólo cien metros más. Un soldado vestido de verde botella y con un mostacho incipiente me toca el hombro con su fusil. "¿Adónde va a usted?". "A escuchar al comandante", le digo. "No puede, no puede". Tanto el cuello como el fusil confirman la negacion, moviéndose con lentitud a izquierda y derecha. Regreso.

No, señor. "Usted debería ir por la alcabala 3", me dice un señor muy amable con una boina roja. "Tengo una sobrina viviendo en Vigo, se llama Lola". Me encojo de hombros. La alcabala 3 está a 5 kilómetros de la alcabala 2 y a 8 de la alcabala 1. Comienzo a sudar. Los rayos del sol son como flechas puntiagudas y llenas de veneno sudoroso. Miro a izquierda y miro a derecha. Veo un carro blanco de vidrios tintados con un cartel "prensa". ¿Mipana, me das la colita? "Móntate, tío, que acelero". Subo. Dentro, un equipo de televisión entero: productor, presentadora, cámara, trípode. Marcha atrás esquivamos toda una cola gigantesca con el cláxon a todo volumen. El conductor, muy bueno por cierto, hace un trompo como en las películas y le sale tan bien o mejor que en las películas. Nos cruzamos al autobús de los chavistas de Falcón, detenido frente a una licorería. "¡Luego, nos entrevistaaaaaaaaaassssssss, catiiiiireeeeee!, me gritan".

Ya en marcha hacia adelante, zigzagueando sin parar, esquivamos no menos de un centenar de carros, el productor saca un pañuelo blanco. Alguien grita, EMBARAZADA. Me pasan un trozo de arepa de pernil con queso amarillo. Muy rica. Cuando ya no hay posibilidad del zig-zag, el conductor, muy bueno por cierto, decide con pragmatismo utilizar el sendero que va pegado al guardarraíl. La bocina sigue a todo volumen, el pañuelo se le cayó al cámara en algún viraje, así que ya no vamos EMBARAZADOS. Finalmente, arribamos a la alcabala 3.
"Credenciales", dice el soldado.
"Invitados mesmos por nuestro glorioso comandante", dice el conductor, muy bueno por cierto, mientras se cuadra como si fuese cabo primero.
"Adelante", musita el soldado.

Al poco, me llama un colega al celular:
"¿Pana, cómo verga se entra en esta vaina? No me dejan entrar por ningún lado".

miércoles, 3 de febrero de 2010

Fábula con araguaney y presidente


Un cuento viejo del joven Caribe revolucionario. Hace un par de años entrevistamos a un ministro, aún en el cargo, de cuyo nombre no quiero o no logro acordarme. Hablamos largo y tendido, con cordialidad y entre pastelitos confitados. Un despacho amplio y luminoso. Próximo al final de la conversación, dice:

"Les voy a contar una pequeña anécdota, para que vean la humanidad del comandante. Tiempo atrás yo trabaja cerca de su secretario, de su edecán como se decía antes. Estaba cayendo la noche, y el comandante trataba de solucionar algún asunto importante que se había complicado. No recuerdo las razones. Como solía hacer en las ocasiones que necesitaba reflexionar, salió al jardincito donde estábamos. Pasear ayuda a pensar, decían los sabios antiguos. En un momento dado, apoyó su mano en uno de los altos y hermosos araguaneys del jardín. Quizá se detuvo al vislumbrar una solución. Lo desconozco. Lo cierto es que algún insecto malicioso que corretaba por la corteza del araguaney, picó la mano apoyada del comandante. En un gesto reflejo retiró la mano, e hizo ademán de golpear y matar al insecto. Algo común que todos, absolutamente todos, habríamos hecho. Sin embargo, instantes antes de acabar con la vida del pequeño insecto se contuvo, y dejó que el insecto siguiese con su camino. Yo mismo fui testigo. Es algo verdaderamente fuera de lo común, estarán de acuerdo conmigo. Sólo les cuento esto para que entiendan la humanidad y amor que desprende el comandante".

miércoles, 27 de enero de 2010

Palmeras lacrimógenas

A treinta por hora, al raletí, se encuentran las marchas. Un cordón policial, de azul oscuro, del azul oscuro con el que visten a los niños en la primera comunión, separa a unos de los otros. Hablan de lado a lado. Cantan consignas: como en el béisbol, como en los bares, como en misa. La policía trata de poner calma. Van disfrazados de centuriones del futuro. Hay piedras en el suelo, varas de metal, pañuelos bañados en vinagre para el momento de los gases lacrimógenos, que cruzarán el cielo soleado de Caracas con extraña y barata poesía. Una mujer recrimina, en medio de las conversaciones, a los policías cómo su marido fue atracado por uno de ellos días atrás. El policía, mientras chupa un tetrabrik de jugo de durazno, solicita con sorprendente cortesía para un tipo con dos pistolas y una escopeta repleta de perdigones del tamaño de una pelota de golf, que no generalice. "No somos todos así, señora, créame. Es un problema que estamos tratando de solucionar". Al lado, una muchachita con las manos pintadas de blanco pregunta a otro policía si todos los chalecos antibalas son iguales, o si los jefes tienen unos mejores, más gordos, más seguros, más arrechos. Los periodistas se aburren, los policías se aburren, los manifestantes se aburren, las palmeras se aburren. Ante el tedio, y bajo el sol tropical de un mediodía de enero, es lógico y casi sensato que alguien lance una piedra o una botella o un trozo de ladrillo. (Ya era hora, parece ser el suspiro generalizado). Las consignas se convierten en objetos, y bajo un cielo hermoso y tan azul que casi no se ve, comienzan a llover cosas, objetos. Disparos al aire. La niebla acre de las bombas lacrimógenas rodea las palmeras. Nubes que huelen a química rancia. Al otro lado del río, los carros se detienen y los conductores contemplan el espectáculo. Más disparos al aire. La gente corre en direcciones opuestas. La policía se queda sola en el medio. Alguien grita ¡libertad!. Otro grita ¡mamagüevo! Todos hemos cumplido con el trabajo, pues.

Sin embargo, aquí, en Caracas, no murió nadie. En Mérida, en los Andes, dos jóvenes perdieron la vida.

lunes, 18 de enero de 2010

Se abrió (definitivamente) el juego

No es un error que en la fotografía no aparezcan bolívares, sean fuertas o débiles. El bolívar es lo de menos. La reciente devaluación del bolívar decretada por el presidente venezolano, Hugo Chávez, recibió como respuesta el unánime aplauso del Fondo Monetario Internacional (FMI). Que es como si el Joker se dedica a aplaudir los denodados esfuerzos de Batman en Gotham City. La devaluación tiene su lógica, sobre todo en el mundo capitalista. Especialmente, si es para fomentar las exportaciones. Venezuela, sin embargo, no es ni capitalista ni tiene un sector exportador importante. Dos de las muchas paradojas del caso. Y es que Venezuela, a parte de petróleo, no exporta nada. Nada de nada. Y el petróleo se paga en divisa, en dólares. Pese a quien pese.

Por tanto, lo que realmente quiere hacer el gobierno revolucionario es atacar el mercado paralelo de divisas. Quiere controlar el precio y el acceso a estas divisas paralelas. El mercado paralelo es una especie de limbo en el que las monedas flotan y suben y bajan y vuelven a subir y a bajar. Todos los días, todas las horas. Con la nueva polítiva económica, aplaudida por el FMI y todas esas calificadoras de riesgo tan malvadas, se establecen tres tipos de cambio:

- Cambio VIP - 2,60 bolívares fuertes por dólar. Sólo tendrán acceso a ellos, el dólar más barato del mercado mundial, el gobierno en los rubros básicos de alimentación y medicamentos.
- Cambio "petrolero" - 4,30 bolívares por dólar. O así lo denominó, al menos, el presidente. Establecido para el resto de los rubros, que son considerados de lujo.
-Cambio paralelo - Un cambio fluctuante entre 4,30 y 6,50, que oscila en función de: la demanda de los venezolanos, si llueve o hace sol, si ganó Leones de Caracas o Navegantes de Magallanes, si me acabo de casar o de divorciar, si me duele la barriga o me acabo de cortar el pelo, y así sucesivamente. Todas ellas, es importante subrayarlo, variables de igual importancia.

O lo que es lo mismo: un precio para los colegas, otro precio para los burgueses y un tercero para los huevones. Colegas, burgueses y huevones ya están haciendo cálculos. Porque la gente es, a la vez, colega, burgués y huevona dependiendo de las circunstancias. Por eso esta es una revolución tan peculiar, tan divertidad, tan bonita.

Lo que nos lleva a dar esa respuesta que tanto gusta a los economistas tras sus sesudas reflexiones. ¿Es positivo o negativo la reciente devaluación del dólar, en un 30 por ciento en el caso del dólar oficial y un 100 por cien en el caso del dólar petrolero? DEPENDE.

De lo que está por pasar, algo hay seguro:
1) Inflación. Me contaba un amigo con más de tres décadas en Venezuela. Esto ya lo hemos visto. Ahora todo el mundo aplicará una subida del 130/140 por ciento. Para cubrirse las espaldas, no vaya a ser que se queden con el culo al aire. Economía emocional, tú tensa la cuerda hasta que veas que ya no da más de sí.
2) Banquete de divisas. ¿Cuál es el negocio que florecerá ahora en Venezuela, incluso más que antes? El juego de compra-venta de divisas, que es muy lucrativo, muy hermoso y muy ligero. ¿Cuánto pesa un billete de cien dólares? Mucho menos que una bolsa de arroz, un automóvil o un frigorífico.

Como en los casinos, el gobierno ha gritado: ¡Se abre el juego, señores! ¡Hagan sus apuestas! Comienza el carrusel...

miércoles, 13 de enero de 2010

Tres filtros de seguridad

Así, mentalmente, me veía discutiendo con los miembros de la Guardia Nacional Bolivariana antes de subir al vuelo destino Madrid. Los cuerpos de seguridad son tus amigos, dicen. Están para protegerte, insisten. Aquí van mis tres encuentros con los encargados de velar por mi/su/de ellos seguridad en el trayecto de Venezuela a España:

1) En la cola para facturar. Aeropuerto de Maiquetía: 28 grados de temperatura en el exterior, 14 en el interior, gracias al nunca bien ponderado aire acondicionado. Me llega una hermosa Guardia Nacional, en uniforme verde oliva, y me pide la documentación, y que quién soy, y que adónde voy, y que por qué voy solo. Le respondo pacientemente a sus preguntas, con serenidad y espíritu de colaboración. Tal y como mandan los manuales. Finalmente, localiza en mi pasaporte múltiples sellos de entrada. Y se muestra sorprendida por mis escasos viajes a España. "Ay, mi amor, y cómo haces para estar tan lejos de tus seres queridos. Yo no podría".

Suspiro, mientras miro su revólver sucio de polvo.

2) En la misma cola para facturar. Otro miembro de la Guardia Nacional, esta vez hombre, joven y jovial. Su verde oliva tiene unos matices algo más oscuros, unas pequeñas manchas color patata. Minutos después del encuentro número 1. Adónde vas, por qué vas, qué haces solo, dónde vives en Caracas. Respondo por segunda vez con igual serenidad y un poquito menos de espíritu de colaboración, algo casi imperceptible si no has presenciado el primer encuentro. Finalmente, me pregunta: ¿Y cúanto devenga usted?. Disculpe, respondo. ¿Que cuanto devenga, cuanto le paga su empresa?. Le miento. 2.500 BsF, digo. Pues le pagan poco, la verdad. Buen viaje.

Y se va con aires de superioridad.

3) En Madrid-Barajas, tras recoger la maleta. Un guardia civil, uniforme en varias tonalidades de verde pistacho, tez pálida en plan luna llena. Hágame el favor, me dice. ¿Me permite revisarle el equipaje?. Pienso: ¿tengo alguna otra alternativa?. Digo: por supuesto. Pasa por el escáner la maleta y el equipaje de mano. Se introduce en una sala donde está el monitor. Vuelve con cara de trabajo bien hecho. "Sólo lleva libros, ¿verdad? Continúe, muchas gracias". Me dice con aire displicente. Yo suspiro con ínfulas del literato que no soy.

Nada como volver a casa, pienso en voz alta.