- Caminemos por el medio de la calle, donde hay menos peligro de tropezar y romperse la crisma.
- Y sin mirar las estrellas, porque encandilan, y luego no se distinguen los baches.
- ¡Usted lo ha dicho! Es peligroso contemplar las estrellas. Se corre el riesgo de cegar para siempre ante la oscura realidad de la vida. ¡Las estrellas! O sea, el amor, el arte, la ciencia. ¡Cómo nos ciegan! Pero al mismo tiempo, ¡qué divina ceguera, amigo Ureña! ¡Qué sublime encadilamiento! Aquí entre nos yo le confieso que soy uno de esos ciegos.
- Pues lo disimula usted muy bien, amigo mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario