martes, 25 de agosto de 2009

Ocho litros de agua mineral

"¡¡Maricaaaaaaaaaaa, ganaste!!!"Las misses venezolanas se intercambian la corona de la belleza. Dayana Mendoza, la saliente; Stefanía Fernández, la entrante. Hecho histórico: por vez primera, una venezolana se la entrega a otra venezolana. En mi casa, el domingo por la noche, escuché petardos y caceroladas (las mismas que se escuchan cuando se critica o censura alguna política del presidente venezolano), otra vez marchas o protestas, pensé. No, no, no: la sexta beldad venezolana se hace con el título Miss Universo. (Ojo, Universo, no Mundo, que en el Universo hay varios mundos, o eso quiero creer yo). Irene Sáez, la ganadora de 1981, acabó enfrentándose a Hugo Chávez en las elecciones de 1998. Duelo de titanes. Un paracaidista y una miss. Ganó él, ella se fue de gobernadora a Isla Margarita. No escribiré eso de "bonita metáfora del país". Llevo demasiado tiempo acá para hacerlo. Sólo constato un hecho. Las metáforas del país están en otros lugares, más profundos, más oscuros, menos obvios.

Dos minutos después del triunfo, ya arreciaban los comentarios acerca del vestido de Stefanía Fernández. Era rojo. ¡ROJO!. Algo imperdonable, decían los exégetas de laca y corbata opositora. ¿Cómo pudo ir de rojo? ¿Quién la dejó salir así, tal y como está el país?.

Osmel Sousa, el cerebro y la cartera tras todo lo que tenga que ver con la palabra Miss en Venezuela, dijo que buscaban un aire a Rita Hayworth en los 50 y que lo que más "horror" le causó fue la lucha contra el agua "tratada" de Bahamas, donde se celebró la gala, la noche antes. Al parecer, el agua de la isla caribeña impedía que se formasen las ondas deseadas y "naturales" en el cabello de Fernández. Al final, tras utilizar ocho litros de agua mineral y no-sé-cuantos rulos, lo lograron.

A mí me gustaba más la representante dominicana.

jueves, 20 de agosto de 2009

De brownies y amerizajes en Los Roques

En Los Roques se pueden hacer muchas cosas. Confesables e inconfesables. Comer barracudas, jureles, tortugas; bucear con mantas rayas y con tiburones gato; saltarte todas las normas básicas de aviación civil y, sin embargo, aterrizar; disparar a los pelícanos con la mirada; entrar descalzo en la iglesia de Gran Roque tomando una coca-cola en bañador acompañado por tres muchachas en bikini; mirar a las estrellas hasta que te entre un mareo de esos que dicen que dan con las hierbas caribeñas; pagar en euros, en bolívares, en dólares, en oro, en lo que quieras, pero pagar, pagar. Y muchas más cosas.

Lo que jamás había pensado que se podía hacer es pedir de comer cuatro brownies empapados en chocolate oscuro como la boca de un chigüire, y acompañarlos de cuatro cubalibres a las cuatro de la tarde en uno de los cayos de Francisquí, cuando hasta las langostas están sudando bajo el agua. Pues se puede hacer. Lo juro. A mí estómago le pareció una hazaña asombrosa. También el mesonero que nos atendió. A las chicas, no. En fin, siempre hay una primera vez.

Al regresar a Caracas, a primera hora del lunes, todavía con la cabeza entre los corales de Boca de Cote, echo un ojo a la prensa de soslayo, y leo. Se me abren los ojos, las pupilas miopes se me dilatan. "Cae un avioneta procedente de Los Roques". El domingo se precipitó al mar y el piloto se vio obligado a amerizar. Once pasajeros, ni un muerto pero todos bien heridos. Sobre todo, edemas pulmonares del agua tragada. Ya tienes que tragar agua salada para que te provoque un edema pulmonar, pensé. La avioneta se quedó sin gasolina a cinco millas del aeropuerto de Maiquetía, la torre de control hizo dar un paseo de espera al piloto y, entre tanto, se acabó el combustible. Mira que tienes que andar justo de combustible para un trayecto de 35 minutos en un país en el que el litro de gasolina cuesta 0,05 dólares. Pues también se puede, como con los brownies.

Resultado: al agua. Hoy salía en la prensa que habían robado las pertenencias que la Guardia Costera había recuperado. Lo denunciaban los parientes de los heridos, claro, porque los heridos estarían en su camas mirando para el techo bien agarrados a la cama para que no se mueva. (Perdón, "habían robado" es incorrecto. Han desaparecido y nadie sabe donde están. Que puede parecer lo mismo, pero no lo es).

A las chicas no les dije nada. Se lo digo ahora, si leen esto desde sus plácidas moradas hispanas.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Perrocalenteros en rebeldía

Los periódicos venezolanos son la mejor literatura del momento. En Últimas Noticias, mi periódico favorito. Lo leo con el café y la mente aún enredada en sueños y pesadillas que se entrelazan. Un caso ejemplar de contradicciones internas en la revolución. Es difícil considerar a un perrocalentero de oligarca. Hay cientos por toda Caracas. Su comida, a mi juicio, es exquisita.

"El perro caliente es tan venezolano como la arepa"
Caracas, 11 ago.- "Sergio Sánchez, director de Economía Informal de la Alcaldía Libertador (centro de Caracas), informó que desde el pasado mes de febrero no estaban entregando permisos para quienes quisieran montar carros de perros calientes y que a los ya existentes tratarían de convencerlos de que cambien el tipo de alimentos que venden.
Los perrocalenteros consultados por este diario no ven con bueno ojos la posibilidad de tener que cambiar las hamburguesas y los "asquerositos" (perros calientes callejeros), por comidas venezolanas como cachapas o arepas.
Ruth Cortez, secretaria general del Sindicato de Perrocalenteros del Municipio Libertador, aseguró que los trabajadores que conforman esta organización realizarán hoy una asamblea para determinar las acciones a tomar respecto a ese propuesta del ente municipal que lidera el oficialista Jorge Rodríguez.
"Hablan de transculturización y a cada rato se levanta un nuevo McDonald´s en la ciudad pero a ellos sí les dan permisos. Nuestras salsas son venezolanas, el tomate que le echamos a los perros es venezolano, las salchichas son venezolanas. No tenemos nada de pitiyanqui y no queremos vender otro tipo de comida", dijo.
Cortez comentó que para hacer arepas en la calle se necesita agua potable o filtrada de la que no disponen y que "amasar harina en plena avenida es insalubre igual; es algo como loco".
Para Jean Carlos Moreno, quien lleva un año trabajando en la famosa Calle del Hambre, en Plaza de Venezuela, considera que ellos ya son toda una tradición venezolana.
"Estos carros tienen acá más de 40 años. Ya los perros calientes son tan venezolanos como las arepas. Que cambien lo que venden en los restaurantes de comida rápida, no a nosotros".
Moreno también comentó que la "gente ya se acostumbró a comerse su perrito al mediodía".

domingo, 2 de agosto de 2009

Tiuna el Fuerte

Cuando llegamos el mercado se había acabado. Habían comenzado, sin embargo, los conciertos. Tiuna el Fuerte es un "núcleo endógeno cultural", un espacio al lado de una autopista del oeste caraqueño, en el popular barrio de El Valle. Para combatir el calor y el estruendo vendían agua y güarapita (licor casero) de tamarindo, piña y parchita. Por cinco bolivares fuertes (2 euros al oficial, o,50 al paralelo), un vasito de plástico. En el escenario, una divertida estructura hecha a base de contenedores de barco reciclados, a modo de un tetris moderno que busca crear espacios en vez de rellenarlos. Primero un grupo liderado por un saxofonista de barba canosa que llevaba en volandas a sus jóvenes compañeros y que hacían un brillante jazz desquiciado, tropenzado y levantándose con igual elegancia; después, una banda de ska mestizo perfectamente engranada, tan engranada que ni siquiera les mirábamos, sólo escuchábamos mientras mirábamos las luces fugaces de los carros. En Tiuna el Fuerte la revolución no se discute, se practica.
Al poco llega una amiga de un amigo. Algo acelerada nos cuenta que en las apenas dos cuadras del metro a Tiuna el Fuerte acaba de ser testigo de cómo un par de guardias nacionales abatían a disparos a dos choros (ladrones). Allá estaban, decía, los cadávares aún calientes en el suelo. No me pareció extraño, y eso me extrañó. También a ella. Y me lo volvió a contar. Esta vez sí me mostré sorprendido, casi por obligación, por cortesía. Quizá por mi sorpresa desganada, me añadió que ella no quería morir con una de esas balas perdidas, que pululan sin saber de dónde vienen y dónde van por Caracas, segando vidas con una arbitrariedad aterradora.

- Si fuera una bala que llevara mi nombre. Defendiendo, por ejemplo, Venezuela y la revolución de una invasión de marines, de gringos. Entonces, sí, perfecto. Morir así con dignidad. Chévere. Si la bala lleva mi nombre, y es en defensa del "proceso", adelante-, explicó.
Miré hacia la noche, miré hacia el suelo, miré el vaso y miré el agujero del saxo tenor de uno de los músicos. A mí la idea de morir, ni digna ni indignamente, ni con una bala con mi nombre o sin él, me da dolor de barriga, un poco de hambre y un incómodo escozor en la nuca. Le explico que no había entendido la segunda parte del argumento. Lo-de-los-marines-y-los gringos-y-la -revolución-y-la muerte-digna. Ella parpadea, repite el argumento con idéntica lógica y remarcando las sílabas "ma-ri-ne". Miré alrededor buscando una arepera, pero no había ninguna a la vista. Tenía hambre.

Esta claro, vuelvo a Venezuela, vuelvo a la revolución, al "proceso". Y de nuevo con la perplejidad colgando de la mochila de viaje. "¡Uf!Menos mal", me dije aliviado, "pensé que la había perdido".