- ¿A cuánto está el pueblo, chamo?-. (yo)
- A media hora a pie-. (él)
- Chévere, ¿y a qué hora tenemos que estar aquí para recoger el equipo y los tanques?-. (yo)
- A las diez y media-. (él)
- ¿Y qué hora es ahora? -. (yo)
- ¿Ahora?- mira el reloj- las nueve y veinticinco-. (él)
- Dale, pues. O sea que si voy al pueblo y vuelvo, me da tiempo a estar de regreso para recoger los tanques a las diez y media-. (yo)
- Eh- dedica unos segundos al cálculo- No. No le da tiempo-. (él, totalmente convencido).
- ¿Cómo que no? Si me dice que se tarda media hora a pie hasta el pueblo. Y son las nueve y veinticinco. En una hora, a las diez y media, podría estar aquí de regreso-. (yo, en plan matemático).
- ¡Ah, cierto! Eso es correcto-. (él, totalmente sorprendido).
- Ok. Quedamos a las diez y media aquí, pues -. (yo)
- Seguro-. (él)
A un cuarto de hora para las once, en el puesto de buceo, no hay nadie. Obvio. No hay pedo, como se dice. (Lamentablemente, antes de bucear no se puede beber cerveza; después, sí. Cosas relacionadas con el nitrógeno y las atmósferas de presión bajo el agua). Miramos, pues, a la gente tomar cervezas. Llega a las once y veinte. De pinga. Agarramos los equipos, vamos al peñero: nos dice dónde vamos a hacer la inmersión con el dedo índice. Roberto, experto buzo del norte de Madrid que siempre me desatasca cuando me enredo, se percata de que su equipo no tiene profundímetro. No hay pedo. Miramos mi equipo. Sí tiene, aunque está ligeramente inundado de agua. No hay problema. Nos zambullimos. Hay medusas, un gran mero, pargos, doradas, peces trompetas y unos de lunares negros que me recuerdan los trajes de sevillanas de la feria de abril en Andalucía. A los quince minutos de inmersión, Roberto me consulta la profundidad. Roberto es más disciplinado y más experimentado que yo. Le explico, por señas, que se olvide. Lleva marcando diez pies desde que comenzamos la inmersión. Hago el gesto universal de aparato roto y suelto una interjeción grosera que se convierte en divertidas burbujas de oxígeno. Nos reímos tras la máscaras. Miramos hacia la superficie. A ojo, quince metros. Cuando regresamos al peñero le explico al chamo que el profundímetro lleva indicando diez pies durante toda la inmersión. Incluso ahora, sentados en el peñero, marca diez pies.
Lo mira incrédulo. Se ríe. Nos reímos.
De los tres, sólo él tiene reloj.
4 comentarios:
Lo de sumergirse en el océano... Digamos que tampoco mola tanto. he he he!
Beso.
E.
PD. Me han dicho que viene usted un poquito pancil! ¿Qué hay de cierto en ello?
E: El océano N¡no le molará a usted, todavía le recuerdo la mueca de susto en el rostro: a mí me encanta... De nuevo, sus fuentes son erróneas, estoy esbelto como hacía tiempo no estaba, gracias al fútbol y los buceos esos que usted critica. Salud!
todavia no hay lider de buceo como yo !!!!
si julio morzon levantara la cabeza!!
besos
A.
Ten cuidado no te pase como a Antonio Gherrero
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