lunes, 14 de julio de 2008

Estación de servicio

Esto es una gasolinera, en la ciudad colombiana de Cúcuta. A doce kilómetros de la frontera con Venezuela. Aquí vienen los autos colombianos a comprar gasolina, y los venezolanos a venderla. En el lado socialista de la frontera, la pimpina de gasolina (bidón de 26 litros) cuesta 1,8 bolívares fuertes; en el colombiano, 5,2 bolívares fuertes. De ahí que nuestro encantandor taxista, colombiano pero con coche matriculado en San Cristóbal de Táchira (Venezuela), vaciase la mitad de su depósito en Cúcuta. Más tarde, de vuelta a Venezuela, lo rellenaría de nuevo. El trasiego es constante en el puente de Simón Bolívar, que conecta ambas naciones hermanas, según dejó escrito el mismo quien da nombre al puente. Como toda región fronteriza, los estados de Táchira (Venezuela) y Santander (Colombia), cuentan con un buen nivel de vida que es fruto de los problemas del otro lado. La escasez de leche se soluciona en los "Carrefour chévere" de Colombia, la ansia por el combustible en las bombas de gasolina de Venezuela. Y así sucesivamente. Desde San Cristóbal, una carretera sube serpenteante una de las colinas de la cordillera andina, mientras refresca la temperatura y el viento sopla por encima de la frontera. Hay una notable presencia de militares, y en las gasolineras largas colas de automóviles a la espera del turno, y el negocio. Apenas 40 kilómetros después, en el descenso hacia San Antonio, la última ciudad de Venezuela, el calor comienza a colarse por las ventanas del coche. El taxista es colombiano; el coche, venezolano; trabajó en Venezuela, y vive en Colombia. Ese es el algoritmo básico para comprender el problema que representa la frontera comercial más dinámica de Sudamérica.

Ante una parrilla variada, y unas cervezas "Águila", una intrépida amiga le pregunta por la guerrilla y el taxista agacha la cabeza, hablándole al cuello de la camisa y con los ojos del revés, nos dice que "no sabe de política". Que es lo mismo que decir que sabe demasiado. La frontera es zona de paramilitares, la guerrilla está lejos. En el coche habla con más facilidad. Las cervezas que nos vamos tomando (él al volante, mientras maneja a una mano) facilitan la desinhibición. Me pregunta si en España se puede conducir bebiendo. Le digo que, en teoría, no. Y él se ríe. "Pues yo una vez fui ciego, ciego desde Cúcuta a Caracas, y no me pasó nada, Dios me bendiga".

1 comentario:

Anónimo dijo...

que surrealista el sitio,eh! que poco control!
asi van a meternos de todo en el pais!

seguro que te quedaste con las ganas de preguntar mas cositas..

A.