viernes, 9 de enero de 2009

¡Órale!

México pica. Y no sólo por la comida, exquisita y explosiva a partes iguales. Andábamos en Tepoztlán, estado Morelos, tierra natal de Zapata, una hora al sur de México D.F. Era fin de año, tras el champán, los tequilas, la carne en brasa, los petardos y cohetes; el resto del personal de la elegante casa que nos acogía se fue a dormir. Excepto Tin (anfitrión gigante y asturiano egregio) y un servidor. La noche era hermosa y estrellada. Estábamos rememorando nuestro tiempos de la difunta EGB en un pueblo del norte asturiano, cuando apareció Nacho, el mexicano que hacía de encargado de la casa (jardinero, vigilante, fontanero, cerrejero, cuidador de la piscina). Venía medio ebrio, igual que nosotros. Y nos invitó a un tequila en su casa, al otro lado de la calle. Claro, dijimos, y agarramos una botella de vino. Habían cortado la calle, puesto un dispositivo de luces que enceguecía y una discoteca móvil que despertaba a la gente al otro lado del valle. Allí anduvimos bailando: cerca de dos horas. Con la mujer de Nacho, Eulalia; con la nuera de Nacho y Eulalia, no me acuerdo del nombre; con una señora que estaba allí; con Tin, claro (aunque no sea de machos, como nos dijeron). Un rato me puse a departir con el sobrino de Nacho, que regentaba un negocio de limpieza de "carpetas" (alfombras, en su delicado spanglish) en San Diego (EE.UU), que había salido de Tepoztlán cinco años atrás y regresaba como potentado. Bailamos y bailamos cumbias. A las dos horas aparece la gente de la casa, alarmadísima de nuestra ausencia, en pijamas sofisticados. Tin bailaba con alguien, yo analizaba el desarrollo de la historia mexicana de los últimos años con Nacho. Que me pedía que no le tirase de la lengua porque iba a contar más de lo debido. Yo le dije lo mismo. Nos reímos y bailamos otra cumbia. Su mujer, Eulalia, insistía en que danzase con su nuera. A mí no me parecía mal si a ellos les parecía bien. La gente de la casa, amables amigos de Tin, venían a por nosotros. "Ilusos, no pueden bailar tanto con esa gente. No se deben romper las reglas. En México el pedo es así. Sois un dulcito para ellos, además españoles. Se toma uno una copa y se va. De allí no salís, si no llegamos nosotros". Etcétera. Acatamos la legislación vigente y regresamos a la casa con piscina. Nos dormimos mirando un cielo oscuro. Al día siguiente, Nacho vino a limpiar la piscina, que en México se llama alberca. En el desayuno, Eulalia me hizo unas quesadillas riquísimas, Nacho me sirvió un ron, y se puso él otro. Brindamos. México pica, ya lo dije al principio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Fon:
Feliz año, compañero. Parece que tus vacaciones mexicanas han resultado demasiado buenas. Por cierto, alberca no sólo se dice en México a las piscinas. Lo heredaron de los extremeños, que para eso los conquistamos, coño.
Abrazos
Óscar