
Revuelo en mi edificio. Llamadas repetidas del casero al celular. La presidenta del condomio, cargo no sujeto a límites en la reelección, me aborda en una de mis salidas del ascensor. Voy en shores y franela hacia la piscina. Son las diez de la mañana de un jueves esplendoroso en el diciembre caraqueño. Tengo el pelo aún revuelto de conversar con la almohada.
- ¡Ah, mira aquí está! - y me señala, la presidenta. Ni idea de cómo se llama.
- Mira, chamo, disculpa. Quería hablar contigo. Se han quejado del edificio de enfrente, y de nuestro propio condominio. La ropa que colgáis a secar. No sabes la mala imagen que da. La pena (vergüenza) que da a los inquilinos. Hemos mandado una carta de queja a vuestro casero. No podéis seguir poniendo la ropa a secar así, al aire. ¿Has visto la impresión de desaliño que da? Es un problema- continúa.
- Ah, sí, me ha comentado el casero. La vaina es que nos ha traído un tendal que no funciona. En cualquier caso, y con todos los respetos, creo que en el barrio y en la ciudad existen otros problemas más importantes que quizá merecerían más atención, ¿no cree? - explico con mi mejor sonrisa de emigrado.
- Sí, bueno, va. Pero vente, vente a verlo conmigo- insiste.
- No, no, ahora voy a la piscina. Luego quito la ropa. Gracias.- esquivo y arranco mi Vollkswagen, algo que no se siempre ocurre.
Tras nadar, ya de regreso a casa, voy retirando la ropa colgada de las rejas que cubren la ventana. De súbito, una revelación. Una de las camisetas que ondean al viento y disfrutan del sol caribeño es una de las varias que he ido agarrando en diversas manifestaciones chavistas a las que he ido a trabajar. Es roja, con un bonito diseño en blanco y un lema que dice "Vamos con todo". Elemental, querido Watson. ¡Voilà! El enigma se ha solucionado. Es la franela roja-rojita al aire la que ha despertado la ira de los vecinos.
El casero llega a casa: está cada día más gordo y es buena gente. No siempre la gente que engorda gana buen humor. Hijo de italianos, trabaja con una empresa asturiana contratada por el gobierno venezolano.
- Coño, chamos. Sí que me han metido en un peo. El otro día llego a casa y me encuentro con una queja de la junta del condominio. La ropa colgada al aire. Uf, vaya peo. ¡Coño ´e la madre!.- exclama.
Le explico el misterio planteado y la solución intuida. Con periodística imparcialidad, y una leve pizca de ironía.
- Ah, ya va. Ustedes sí que son arrechos. Mira que se lo dije. Con razón. Guárdame esa vaina, háganme el favor- y se va riéndose, como quien acaba de escuchar un buen chiste.
"En fin", suspiro.