Comimos los dos días el mismo menú: langosta y birras. Dos langostas, 18 birras y dos botellas de agua. De cena pargo frito, con ensalada. Para conseguir la comida debíamos rodear la isla hasta un pequeño poblado de pescadores, conocido como Cayo Pirata, al que se llegaba atravesando una lengua de arena arremangados como las lavanderas de antaño donde el agua nos llegaba a los muslos. Sólo tenían langostas y pargos. Uno de los pescadores hablaba acerca de las distancias con otras islas.
Decía cosas como: para Margarita son como 28 horas hacia el este, hacia Aruba son como 18 horas dirección poniente, Curazao está más cerca. Mirabas sus embarcaciones y comenzabas a pensar en Dios y en Magallanes. De noche el cielo estrellado parecía un juego de esos de "une-los-puntos-para-completar-el-dibujo". Me leí un libro de Bruce Chatwin titulado "En la Patagonia". Hablaba constantemente del frío austral. Cada vez que se acercaba al fuego en el libro, yo me iba al mar, a darme un chapuzón, y contemplar a través de las gafas de buceo los cardúmenes de peces y su asombrosa e inquietante vida comunal. Eso sí que es disciplina de partido, pensaba.
3 comentarios:
Qué bien suena todo eso Fono,
debería ir a verte de una vez y bucear sobre una langosta.
Abrazo inminente
JUanO
madre mia la cantidad de mosquitos que habria!!
donde pasas la nochebuena??
besos
A.
JUanO: Deberías, sí, deberías venir. Tú mismo con tu mecanismo.
A: Nochebuena en Caracas. ¡Los mosquitos eran del tamaño de Rita Barberá, no te digo más!
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