El cuadrado blanco es el trozo de arena sobre el que edificamos nuestra tienda de campaña. Arquitectura efímera en los Roques. Madrizquí, es el nombre del cayo, sin connotaciones futboleras, que conste. Si afinan la mirada podrán ver la silueta del fotógrafo. La diferencia de tonalidades se debe a las dos tormentas tropicales con que nos honraron las dos noches caribeñas. Tormentas como estornudos. La lluvia arreciaba y la tienda de campaña, que compré tiempo atrás en la selva, se movía como los flanes caseros de mi madre en el traslado del frigorífico hacia la mesa asturiana. En el cayo, a la noche, sólo quedábamos el fotógrafo, que curiosamente era de mi pueblo, y un servidor. Había un par de perros, unas decenas de pelícanos que no se cansaban de pescar lanzándose en picado sobre las aguas, cangrejos, pargos y mosquitos: mosquitos grandes y mosquitos pequeños.
Comimos los dos días el mismo menú: langosta y birras. Dos langostas, 18 birras y dos botellas de agua. De cena pargo frito, con ensalada. Para conseguir la comida debíamos rodear la isla hasta un pequeño poblado de pescadores, conocido como Cayo Pirata, al que se llegaba atravesando una lengua de arena arremangados como las lavanderas de antaño donde el agua nos llegaba a los muslos. Sólo tenían langostas y pargos. Uno de los pescadores hablaba acerca de las distancias con otras islas.
Decía cosas como: para Margarita son como 28 horas hacia el este, hacia Aruba son como 18 horas dirección poniente, Curazao está más cerca. Mirabas sus embarcaciones y comenzabas a pensar en Dios y en Magallanes. De noche el cielo estrellado parecía un juego de esos de "une-los-puntos-para-completar-el-dibujo". Me leí un libro de Bruce Chatwin titulado "En la Patagonia". Hablaba constantemente del frío austral. Cada vez que se acercaba al fuego en el libro, yo me iba al mar, a darme un chapuzón, y contemplar a través de las gafas de buceo los cardúmenes de peces y su asombrosa e inquietante vida comunal. Eso sí que es disciplina de partido, pensaba.
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3 comentarios:
Qué bien suena todo eso Fono,
debería ir a verte de una vez y bucear sobre una langosta.
Abrazo inminente
JUanO
madre mia la cantidad de mosquitos que habria!!
donde pasas la nochebuena??
besos
A.
JUanO: Deberías, sí, deberías venir. Tú mismo con tu mecanismo.
A: Nochebuena en Caracas. ¡Los mosquitos eran del tamaño de Rita Barberá, no te digo más!
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