jueves, 6 de noviembre de 2008

La espera

Ahí, en el medio del patio, tenían una reproducción de la caja negra en la que meten al terrorista Carlos Ilich Ramírez, también conocido como "Chacal", cada vez que lo trasladan en Francia, donde cumple condena. Carlos Ilich es un héroe en el Cuartel de San Carlos, el lugar donde la policía política venezolana de los años 60 y 70 recluía y torturaba a los presos políticos. Hoy en día está retomado por algunos de esos guerrilleros que se niegan a convertirlo en museo. Quieren que siga viva con las cicatrices de los muertos al aire, bien visibles. De aquí huyeron algunos de los políticos que están hoy en el poder, o en los alrededores. Aquí estuvo preso Hugo Chávez tras su fallido golpe de estado de 1992. Antiguamente era una de las alcabalas que contralaban la salida y entrada de mercancías a Caracas, ya que se encontraba en el Camino de los Españoles, que conectaba en la época colonial la capital con el puerto de La Guaira. Es, también, la sede del comando de campaña del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Todo es rojo, menos las piedras. Aquí acuden todos los días los miembos de las diferentes comunidades y consejos comunales a presentar sus proyectos, quejas, reclamaciones, sugerencias. A la puerta del despacho, se amontonan las personas, la mayoría de edad avanzada, con pequeñas carpetas en las que guardan sus planes. La gente del PSUV los recibe y los escucha. El trajín es constante, la revolución es una palabra cotidiana que se emplea para todo: saludarse, despedirse, expresar afecto, pasión. Todas las sillas son de plástico, de esas que se encuentran en las playas de este y el otro lado del océano. Un anciano pulcramente vestido, con corbata (y alfiler de corbata), chaleco, americana y reloj de bolsillo con cadenita, todo del color de los dorados atardeceres del verano. Sus zapatos responden con sus destellos afilados al sol de martillo de la mañana caraqueña. Se diría que acaba de salir de las páginas de un libro. La paciencia la trae en la mirada. Se apoya contra una pared. No hay sillas disponibles. Se le ve fatigado y decidido a la vez. Alguien, a los 45 minutos, le acerca una silla, otra silla de plástico. El anciano se sienta, y su gesto dibuja el calmado deleite de la espera sentado. Pasa una hora, quizá más. Alguien le llama. Se incorpora y se acerca a la puerta, que permanece entornada. Asoma la cabeza, y dice con extremada delicadeza, con la elegancia de un tiempo casi perdido: "¿Permiso?"

3 comentarios:

Ambrosius de Königsberg dijo...

Y tú Fon, ¿qué planes llevabas en tu carpetita?

¿Fueron tus plegarias atendidas?

Anónimo dijo...

Tú si que estás hecho un terrorista de la pasión, Fon.

Un abrazote.

E.

PD. Montaré en algarabía con su envío!

fon dijo...

Amrosius: También llevaba mi carpeta, y a la segunda intentona, un día y tres horas y media de espera después, conseguí la entrevista solicitada.

La batalla de los gerundios anglosajones acabó con victoria doméstica. ¿Habrás recordado el viento sur de El Sardinero?.

E: No es fácil. El envío, no obstante, llegará. La pista original se ha bifurcado. Sigo el rastreo.