lunes, 20 de octubre de 2008

Cabezas reducidas

A modo de receta de cocina. Agarras a un enemigo (a los amigos no se lo haces) y le cortas la cabeza a la altura de la clavícula. Rajas por detrás de la cabeza y despellejas con cuidado. La piel la pones a hervir durante media hora: verás como encoge y queda reducida a la mitad. La sacas, la das la vuelta y le retiras los incómodos trozos de carne que se habrán quedado adheridos. Vuelves a ponerla del derecho y coses por donde seccionaste. Calientas unas piedras a fuego lento, y las vas introduciendo dentro por el orificio de la boca. Así conseguirás que retome su forma original. Después, calientas arena y sustituyes las piedras por ésta. Rellénala de arena hasta el tope. Por último, sellas los labios con un cuchillo al rojo vivo. Sólo resta clavar tres espinas de alguna planta o árbol que encuentres a mano en los labios y los atas con una cuerda. El resultado es una hermosa cabeza reducida del tamaño de un puño que puedes utilizar como amuleto, adorno de mesa o regalo de boda. Así lo hacían los shuar, que viven en el Amazonas ecuatoriano. Para ellos es parte de un ritual chamánico por medio del cual se apropian del alma y talento de sus enemigos. Con el tiempo y ante la curiosidad exótica del hombre blanco, se decidieron a darle al ritual un uso más comercial algo que, desgraciadamente, acabó convirtiendo en enemigos a muchos de sus amigos. A mediados del siglo pasado las autoridades ecuatorianas decidieron prohibir a los shuar este tipo de industria, ante lo que veían venir. Ahora lo hacen sólo con animales de la selva. También lo hacen con otros enemigos, claro, pero no lo dicen, o dicen que es una cabeza de mono o de perro. Los shuar ya saben de qué van los hombres blancos. Hay un cuento muy bonito de Augusto Monterroso sobre el tema.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

donde esta eso foner?

Marc dijo...

Movimientos sísmicos en Baños, Ecuador.
Agosto 2003

Baños es un pequeño pueblo situado en un valle rodeado de verdes montañas y de un volcán, el Tungurahua, que despertó de su letargo con la llegada del nuevo siglo. Baños fue desalojada en octubre del 2000 tras las expulsiones de nubes de vapor y cenizas que contaminaron el buen humor de sus habitantes, quienes al averiguar nuestra procedencia peninsular indefectiblemente nos comentan, ¿qué tal se porta mi hermano por Barcelona? a lo que, siguiendo con la broma, sólo puedo responder, es un delincuente, iniciando así un diálogo marxista, de Groucho Marx naturalmente, que se desarrolla mientras nos decidimos entre alquilar unas bicicletas o unos caballos para recorrer la zona.

Tres años después, Baños mira al cielo y pide clemencia. La ciudad se ha vuelto más religiosa, nos comenta una mujer de mediana edad que se sorprende de que Estefi y yo viajemos juntos sin estar casados; puede haber accidentes, comenta, como el que la dejó a ella embarazada provocando que su padre la “botara” de casa. Aquí no dejan ni que tengamos puticlubs, continúa, el día de la inauguración fueron con palos y le prendieron fuego, las chicas tuvieron que escapar medio desnudas por el valle. Esta mujer, sin haber leído a Houllebecq, defiende la existencia de estos templos del sexo y se pregunta a dónde irán ahora los hombres a descargar sus energías. Ella misma responde: a por las niñas. ¿Será tal vez la mano negra de la que hablaba el chico que nos hemos encontrado en nuestro trayecto ciclista?

Hemos pedaleado unos veinte kilómetros, la mayoría de ellos en suave descenso levemente interrumpido por unos repechos poco significativos. Cascadas, precipicios, vegetación, puentes colgantes, cabañas escondidas en plena jungla, turistas franceses, nos han servido de decorado en un día parcialmente nublado. Como premio a nuestro esfuerzo nos hemos comido una trucha con arroz y verduras, regada con un excelente zumo de tomate de árbol, en medio de la vegetación exuberante que rodea a las cabañas EL OTRO LADO, en Río Verde, lugar altamente recomendable para relajarse con esta zona, aperitivo de la selva Amazónica. Un avispado israelita compró hace unos años un terreno colindante a la espectacular cascada, el Pailón del Diablo, y construyó unas acogedoras cabañas de madera que acogen a quienes desean descansar unos días embriagados con la banda sonora selvática. Martín, un argentino, es el responsable, y uno se pregunta en qué periódico aparecen estas ofertas de trabajo que permiten a ciertos ciudadanos del mundo vivir con la utopía de ser nómadas evitando el sedentarismo al que te conduce las obligaciones de la sociedad.

Hemos vuelto en carro, lamentando no disponer de más días para quedarnos por la zona, dando tumbos en la parte de atrás de la furgoneta, gozando nuevamente del espectacular paisaje y con las bicicletas descansando al fondo del maletero.

Estefi, cansada, se ha tumbado en la cama del hotel y yo he salido a dar una vuelta y a comprar la cena en el restaurante Caracol. Churrasco, ceviche, caldo de gallina, pollo, la oferta es variada y barata y la cerveza Pilsener entra suavecita, refrescando el paladar.

A eso de las cinco de la mañana un temblor ha sacudido la pequeña localidad. Durante no más de diez segundos los cristales de las ventanas han temblado con un ruido ensordecedor provocando la exaltación de mi compañera de viaje, ya sensible al relativo peligro de dormir cerca del Tungurahua. Se ha levantado rauda y veloz de la cama y se ha indignado ante mi indiferencia. Mientras no despierte al volcán, afirma ella que ha sido mi murmullo sonoro antes de caer nuevamente dormido. Mi inconsciente ha determinado que no debía levantarme, intuyendo que ese leve movimiento formaba parte de la experiencia ecuatoriana, un país construido encima de placas tectónicas y rodeado de volcanes. Estefi, en cambio, ha salido de la habitación y se ha encontrado con otros viajeros, asustado por el temblor. Alguien les ha tranquilizado y todos han vuelto a la habitación y algunos, como ella, ya no han podido dormir en toda la noche.

No es que sea yo una persona especialmente valiente, al contrario, soy más bien un poco “cagón”, en según qué momentos, pero cuando estoy de viaje tengo la certeza de que todo irá bien y no me dejo intimidar ni por la naturaleza ni por Al Qaeda. Recuerdo que el fatídico 11 de septiembre estaba yo en Guatemala City con mi amigo Fernando y cómo, en esos momentos, entre las apocalípticas profecías de los medios de comunicación, mi primer pensamiento fue desear que se mantuviera cerrado el espacio aéreo para poder disfrutar de más días de vacaciones. Ni Bin Laden ni Bush podían amargar mi viaje. Una semana después, en Miami, una vez mi mente asimiló lo sucedido, me di cuenta de la jornada histórica que se había producido en el mundo real mientras yo vivía feliz en mi mundo ideal de permanente viajero.

Toda esta reflexión viene a cuento para explicar mi indiferencia ante un temblor al que siguió, al día siguiente, cuando ya nosotros nos dirigíamos a Latacunga, una serie de leves erupciones que han creado inquietud entre los lugareños y que muestran nuestra fragilidad ante una naturaleza imprevisible.

Ambrosius de Königsberg dijo...

Con lo que me cuesta a mi despellejar un pollo.

Hablando de recetas, te mando esta sacada de Cocina Canibal, de Roland Topor:
"Agente de seguros en su póliza"

Sáquele el dinero y, si es necesario, hágale una pequeña incisión en la cabeza para que no quede nada en el interior. Límpielo, cepíllelo suavemente para no dañar la piel, lávelo para que esté presentable. Deje que se haga en el caldo. Si el agente está gordo hacen falta cuatro horas de cocción, si no, tres serán suficientes. Para servirlo, coloque una póliza de seguros en la fuente, decore con monedas, carnés de identidad, flores y acompañe el dinero con un largo silbido de admiración que a él apenas le impresionará pero que a usted le hará bien".

Anónimo dijo...

jo, alfons!!
que macabro, no?
Ana

Carlicomico dijo...

Qué cuento de Monterrosso es eso, Fons?
No recuerdo haberlo leido entre la Oveja negra y otras fábulas ni en otros de cuentos...

Anónimo dijo...

Ese cuento del pequeño Monterroxu ye muy guapu Fono, leílo yo.

Abrazos,
Juano.

fon dijo...

Churfa: en el museo de Intiñán, en la Mitad del Mundo, al norte de Quito.

Marc: ¡Coño, andaba yo por Guatemala también cuando se desmoronaron las torres morochas!

Ambrosius: Dulce receta la que aportas...

Ana: A mí me encantó el relato del despelleje, Valencia te está volviendo melindrosa...

Carlicómico: El cuento se llama "Mr. Taylor" y está en su libro "Obras completas y otros cuentos".

Juano: ¡Claro, puó! Ye que tú yes de los pocus pintores a los que presta-yos echar una lectura...

Anónimo dijo...

jejej, ya te digo!

besitos
A.