lunes, 15 de enero de 2007

Colas y un musiú


A los venezolanos les encanta hacer colas. Hacen colas para todo. En el metro, existen unas marcas en el suelo que van guiando los pasos del viajero que aguarda. Un camino diminuto que se va enroscando, sobre sí mismo. Sin barreras, ni obstáculos físicos. Sin embargo, sorprendentemente, funciona. Hay una pastelería, Saint Honoré, en Palos Grandes, en la que existen tres colas: para pedir, para empaquetar y para pagar. La productividad no es su fuerte, aunque los brownies y los almendrados están exquisitos.

Bajé del trabajo en buseta: una furgoneta que supuestamente hace una recorrido fijo y que sólo arranca cuando tiene al pasaje enlatado en escabeche. Poco a poco, se fue bajando todo el mundo: pagando al marchar, como es costumbre. Hasta que, al final, sólo quedaba un servidor. Ya me imaginaba yo que algo había hecho mal. Pero no tenía ni la más remota idea de donde estaba. Al poco, se gira el conductor, y me suelta: "¿Pero usted a donde va?". Yo: "A plaza Venezuela, lo que pone el cartel". Jajajajajajajajajajaja. Se ríe el desgraciado. "Para eso había que ponerse al otro lado del camino. Ha subido, en vez de bajar". Yo suelto una bocanada de aire plúmbeo, y desciendo de la camioneta. "¿Cual he de agarrar?", le pregunto. "El de adelante", me dice. Y vuelvo a pagar, 900 bolívares. Atrás oigo las risas del resto de compañeros a los que está contando la historia.

Un "musiú" (deformación del francés monsieur) y que emplean despectivamente para referirse a los blanquitos...

2 comentarios:

Sergio dijo...

Pues así empezó el ladrón de Alsa, o sea que más respeto.

nacho dijo...

Oh señorito, menos mal que te has cortado la peluca sino te
guillotinan!!!