Esta es una nueva amiga que me he echado aquí en Venezuela. Es fiel y acompaña a uno por doquier. Ayer mismo anduve surcando las aguas del Caribe a lomos de un peñero (bus-barca), de Chirimena hacia la playa del Caracolito. Dos horas de coche al este de Caracas. Purita delicia. Iba en la proa, sintiendo algo muy parecido a lo que debe de sentir la cría del canguro en la bolsa materna en un carrera a campo abierto.
Al llegar a Playa Caracolito: lectura de prensa, dieciocho baños caribeños, un trío de soleras... Al poco, llega un pescador con cinco ejemplares recién ultimados: pargos y roncadores. Pedimos la comida, y tres horas después, nos llega el mismo pescador con dos roncadores a la plancha y un par de caripes: fritos de camarones, gambas y calamares sobre un lecho de papas fritas, lechuga y tomates. Precio total: 40.000 bolívares (12 euros).
Así titula la prensa venezolana, sección sucesos: "El infortunado recibió varios tiros en su humanidad".
El sábado me llevarona una fiesta de intelectuales en Bello Monte, en el sur de Caracas. Ingenuamente, iba a comprar ron caribeño. Craso error. En Venezuela, país de ron por excelencia, se bebe whisky. Buen whisky. El ron es para estudiantes, para las clases populares. Hace un año se inauguró una especie de templo del whisky, en el barrio de las Mercedes. Hay pequeñas capillitas religiosas para adorar los grandes hitos del destilado escocés. "Eso es de hace un par de años, hermano", me dicen. "Antes no existían. A los chavistas les fascina", sentencian. Yo me dediqué a hablar con mi amiga Solera.
Una amiga destinada en La Paz, Bolivia, me cuenta cómo hace unos años recibieron en la Oficina Comercial de la Embajada de España en el país andino, a una delegación de la próspera provincia de Santa Cruz. Querían saber cómo podían hacer para constituirse en Comunidad Autonóma Española. Todo esto tras una encendida glosa de la benefactora Madre Patria. Etcétera.
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