En dos días, la Policía Metropolitana de Caracas, paró el Renault Twingo amarillo en el que recorremos la ciudad tres veces. Abajo, señores. Papeles, identificación.
De repente, las alcabalas policiales han aparecido como champiñones en noviembre. Por doquier. Un día, de hecho, nos paró una alcabala, y otra, a quinientos metros de la primera, nos volvió a parar. Coño, si somos los mismos, y con las mismas armas: ninguna. Carnés, fotocopias varias, acreditaciones de prensa. Todo para evitar el matraqueo, la coima, la mordida. El pago. La policía acojona más que los malandros (delincuentes). Pero se puede hablar con ellos, de hecho, se debe hablar con ellos. Siempre hay un tema, un interés en común. Son chamitos (chavales) con un pistola, un chapita de policía y ganas de sacarse unos reales. Conversa, habla, enreda. Y guarda siempre unos bolívares en el bolsillo, por aquello de la amistad.
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