Como perla del Caribe, Curaçao ofrece el encanto de un idioma dadaísta. Comprueben ustedes mismos la consistencia gramatical del papiamento. Arriba versión inglesa, abajo versión antillana. Se agradecen comentarios de filólogos creativos y poetas en paro. A la basura la llaman "sushi" por no sé que tipo de aversión nipona. Y así sucesivamente.
Todos los políticos que quieren exilarse subrepticiamente de Venezuela pasan por las Antillas Holandesas (Aruba, Curaçao, Bonaire), y es que el lavado de cara y de dinero es uno de los grandes atractivos de la isla. Todo con el complaciente mirar para otro lado de la reina Beatriz, mientras sus edecanes ponen la mano. Bendita y culta Europa.
Curaçao la descubrieron los españoles, que luego pasamos de ella (lógico, no hay nada, si no lo traes). Pasó un tiempo deshabitada, hasta que en el siglo XVIII los holandeses decidieron utilizarla como escala en el tráfico de esclavos negros hacia el Caribe. Y, desde entonces, retiro dorado y paraíso para los tipos más turbios de Flandes. Eso sí, las aguas límpidas y cristalinas. Cínica metáfora del Viejo Continente.
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