martes, 22 de mayo de 2007

Tijeretazos al aire

Colonialismos varios, de quita y pon, de toma y daca. ¿Quien coloniza a quien? El engaño es recíproco, el indio jiwi se viste (¿hablar de disfraz es reaccionario?) para la cámara. La luz roja de la cámara sólo se enciende ante las pinturas y las plumas y los ropajes: los jeans con los que luego nos acompaña en la lancha no encienden los motores del vídeo. Los jiwis ganaron un concurso de danza folklórica en Francia. Me lo cuenta el abuelo, henchido de orgullo. Los periodistas buscan (¿buscamos?) reescribir el relato del descubrimiento del lugar virgen, inmaculado. Sin embargo, para ellos el Dorado, ese lugar aún por nombrar, está repleto de botes de cocacola y plumas estilográficas. Tan fascinantes para ellos como, para mí, las hormigas gigantes que se comían vivas los niños de Isla Ratón como si fuesen cacahuetes o pipas de girasol. En las pocas tiendas del pueblo, las lavadoras eléctricas estaban envueltas en plástico adornadas con lazos de colores. Al margen de ideologías: una lavadora es mejor que pasarse una mañana frotando las ropas en las piedras del río y remojándolas luego en el Orinoco. Es inapelable. Lo saben los indios, y lo sabemos nosotros, que a veces parece que olvidamos que también hemos sido indios.

En esta imagen, las dos culturas hablan sin entenderse, que es lo mismo que decir que se cuentan lo que cada una de ellas quiere oír de la otra.

Los antropólogos corretean en medio del discurso: puntuándolo, macerándolo, corrigiéndolo, enmarcándolo, clasificándolo. Y así se escriben los libros, a base de intentos, de esbozos. Tijeretazos al aire, decía un amigo. Pero no hay paraíso en estos lugares, ése es un prejuicio que llevamos con nosotros, en la mochila. En muchos casos la realidad es infernal: paludismo, fiebre amarilla, alcoholismo, aguas podridas que revientan estómagos, dengue. El espejismo del espacio virginal es un invento barato escrito por románticos de postín. Algo que sólo se puede ver a través de las aletas de la nariz de los jiwis. Todo esto se piensa, casi sin saberlo, mientras se contempla el atardecer en el río Orinoco: la potencia sobrehumana, implacable de la naturaleza que no necesita al hombre para pensarse.

2 comentarios:

Sergio dijo...

Excelente post, impecablemente escrito.

Anónimo dijo...

UUAAAUUU!!
un discurso muy pontente...
fantastico!