Es sorprendente comprobar que quien sostiene el cartel de una pescadería es una cabra. Las cabras pululan por los lugares más inhóspitos de Venezuela. En la isla Margarita las he llegado a ver husmeando en la playa en busca de briznas de yerba imposibles, muertas de sed. Están flacas, enjutas y te suelen mirar mal, aunque no tienen fuerzas ni siquiera para cagar esas bolitas negras tan bonitas que regalan a la naturaleza. Lógicamente, evité el cabrito de los menús.
Pero no el pescado. El pescado caribeño: pargos, roncadores, carites, meros... es delicioso. El lema de mi dieta: "evita a los animales que caminen", incluye una excepción. Los camarones caminan, pero lo hacen bajo el agua. Excelsos los camarones del Caribe, ligeramente más grandes que los del Mediterráneo e igual de sabrosos. Constituyen un ingrediente fundamental en las tres comidas del día: empanada de camarones al desayuno, al ajillo en la comida y en tortillita a la noche. Venezuela produce el 60% del pescado del Caribe, y sin embargo, sólo encuentras buen pescado en la costa. Cuando digo costa, es en la misma costa. Dos kilómetros tierra dentro y ya no hay pescado. En Caracas, a 30 kilómetros del Caribe, el pescado existente, que no es mucho, tampoco es bueno. En el bajo Orinoco se puede comer un pescado de la zona, el lau-lau, que a la brasa con arroz y plátano frito es más que bueno. Al cubano y escritor Alejo Carpentier, le encantaban. Quien, como todo comunista, tenía un excelente sentido del gusto y del abdomen. El otro lugar en el que se come buen pescado es Mérida, en los Andes venezolanos. Admiradas y admirables truchas deambulan por sus ríos, me han dicho. Aún no he ido, pero está en la agenda. A mediados de septiembre.
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2 comentarios:
Viajas más que el Alsa
Sergio: Bendita familia Cosme... Aún no me has narrado el extraño caso del bloj desaparecido sobre dos ruedas.
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