lunes, 4 de agosto de 2008

La revolución del ballet

Fui al ballet. Primera vez en mi vida. Entré de puntillas, como las bailarinas. Giselle, en coreografía de la cubana, Alicia Alonso, quien dijo que los grandes del teatro pensaban que los latinoamericanos sólo podían bailar rumba. Ella rompió los tabúes, en 1943. 60 años después, volvía a Caracas. La platea estaba expectante. Ovación a la coreógrafa, vestida de verde guisante. Sin embargo, lo fascinante ocurrió antes de la aparición de los bailarines. Sobre la tarima, aparece el ministro de Cultura venezolano. Y comienza una encendida arenga acerca de los logros de la revolución en materia cultural. Los espectadores responden con un concierto de pitidos y silbidos. "Queremos a Giselle", claman. El ministro opta por subir el volumen, y agitar en el aire la mano izquierda. Aumentan los silbidos. "Me quedaré aquí hasta acabar de enunciar los logros de la revolución, porque aquí también hay compañeros revolucionarios", a lo que responde el respetable rojo-rojito con ovación a la proceso. Y así sucesivamente. 45 minutos. Los unos y los otros, en contrapunto. Los bailarines, mientras, aguardaban tras el telón. "Porque gracias a la revolución, todo el pueblo puede venir al teatro, incluso ustedes, los ricos", señaló el ministro. Los ánimos se fueron caldeando, hasta que una mención al presidente levantó literalmente del asiento a los invitados por el Gobierno. El resultado de la platea es como el del país: mitad y mitad. Sólo cuando se descorrió el telón, volvió a triunfar el tutú, de color rosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El 4 de agosto es un buen día para partir. Me ha gustado mucho el post pero más hubiera disfrutado viendo tu carita feliz en medio del show que narras, seguro del tipo pitufo bromista.

Abrazos

E.