Dos monstruos de la naturaleza, a medio remojo en aguas del Orinoco. El de tez olivácea es Julio César, nuestro barquero por aguas y caños del río. Un vecino de Piacoa, un lugar en el delta del Orinoco en el que era mucho más difícil encontrar agua que cerveza fría, y eso que llevaban diez días sin electricidad. Julio César no se cansaba de alabar las propiedades afrodisíacas de la sopa de piraña. Desafortunadamente, no pudimos probarla. Aunque a juzgar por las historias de Julio César era puro realismo mágico.
No vimos muchos animales, apenas unas toninas (delfines de río) y unos monos aulladores (aguaratos) que se hallaban en silencio, serían los raros de la familia. Lo que más sorprende del Orinoco es su inmensidad, un mar verde, y el silencio sobrecogedor que, de repente, se llena de los sonidos más desconcertantes. El agua es limpia y Julio César, a la vez que achicaba el agua que se acumulaba en la barca, bebía buenos sorbos directamente del Orinoco, estuve a punto de acompañarle (el sol era abrasador y pegaba plano debido a esas cosas de la astronomía) pero un prurito sanitario y un gritito de mi estómago pidiendo clemencia me disuadieron. Julio César, sin embargo, aseguraba que: ¡ummmm, está sabrosa! Nos llevó a un casa en medio del río (una autopista sin indicaciones de ningún tipo, a la media hora todas las bocas de los caños te parecen iguales) en la que un hombre vivía en una hamaca, cuatro perros se morían con tranquilidad bajo el sol tropical y cinco cerdos correteaban buscando sombra. El hombre tenía una escopeta y cuatro dientes, juegueteaba con el cañón de la escopeta con el dedo gordo del pie y su mano al darle saludarle me pareció un pergamino.
Al llegar al puerto, descubrí que estaba medio rojo, medio moreno por el sol, y que la gente al borde del Orinoco apenas tiene agua potable, pero dispone de televisión por cable y la cervecita más fresca que he probado. Volvimos a las 6 de la tarde, porque a partir del anochecer aparecen los piratas, que vienen encapuchados, y roban el motor de la barca a punta de pistola y machete. ¿Y la policía?, pregunto a Julio César. "La policía no se mueve del cuartel, que es más seguro", dice Julio César.
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