En Caracas, en Venezuela, uno se asombra de la cantidad de perros que ve tumbados sobre el suelo. Al principio parecen muertos (también hay muchos muertos, sobre todo en las cunetas de las carreteras, donde abundan sus cadáveres destripados), pero no, la realidad es que duermen, echan sus siestas, como cualquier hijo de vecino, para combatir el calor tropical de mediodía. Y se tumban de lado, en cualquier sitio, en medio de la acera o en plena plaza. Más de una vez me he quedado parado mirándoles dormir, la respiración calmada del descanso, los leves gestos reflejos del sueño... De vez en cuando, si uno se queda el suficiente tiempo mirando, ve como el perro abre un ojo, para confirmar que la realidad sigue en su sitio. Y al comprobar que el observador se yergue sobre sus dos patas y con unos extraños cristales en la mirada, vuelve a cerrar los ojos, lo desecha como inofensivo: un hombre. El mundo gira igual en el trópico, aunque a mediodía ralentiza su paso, incluso en las revoluciones...
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1 comentario:
...hago el ejercicio de visualizar al perro con su respiración pausada... cambio el suelo por un sofá... cambio al perro por una personita... coño, y veo a roberto... (ramplante aventura la suya este finde)...
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